lunes, 15 de febrero de 2010

Un segundo bien usado


Neuquén: un pueblo chico, convertido en una ciudad, más chica aún, con edificios viejos, incomparables con los nuevos, los más modernos, con casas grandes, con grandes jardines, contrarrestando las chozas, las casas de chapa, donde su patio es apenas la calle o tierra húmeda. Terrible, pero si, es donde vivimos, un lugar lleno de contrastes... pero eso lo sabían todos, ¿no?.
Definir a toda la gente en mismos adjetivos, como pude decir que Neuquén esta lleno de contrastes, más que todo, sería una aberración. Particularmente no podría hacerlo ¿Todos son mentirosos... soberbios y niños de mamá? No, no lo son, ilógico sería solamente pensar qué pasaría con un mundo donde todos sus habitantes sean así (eso tampoco me permitiría pensarlo). Me atrevo a decir que a todos los une un sentimiento mutuo, algo que, oculto y no tan bien arrinconado, duerme en cada alma de cada persona, y que cuando llega la hora, despierta y golpea, más fuerte que nunca, las paredes de la conciencia y de la razón: el miedo, algo que muchos subestiman.
Pero lo cierto es que no puedo englobar todos los miedos en una misma categoría, por el simple hecho de que no todos tienen los mismos temores...
...Pero en esta realidad egoísta, puedo confirmar que más del 90% tiene un miedo en común, un miedo paralizante, sin vuelta atrás, como el ardor de un pétalo de una rosa, o, más trágico aún, como el detenimiento del pulso, como el derroche de sangre humana o como el hecho de no pestañear más. Ese miedo simple como el dejar de respirar, como el hecho de quedarse inmóvil de por vida, si, tan simple como el hecho de morir, por una u otra causa, sea por el asesinato o caos natural; como el choque de autos, o, más funesto aún, por suicidio, la muerte más fatal, complicada y adversa.
Me atrevo completamente a sustituir mi cuerpo aburrido, incapaz de hacer grandes cosas, por el de un maníaco psicópata, de esos con ganas de matar, en este caso, a toda una ciudad; cualquiera pensaría que es una idea anormal, pero, en mi caso me resulta inquietante. Turbador sería tener el poder de lanzar una epidemia, probándolas con una ciudad entera, como si, en este caso, Neuquén estaría en una pecera, y yo, desde lo más alto, desde el flanco más superior del recipiente , observo cambio alguno.
Nunca, en mi gran fantasía de poder tener aquella potestad, se me ocurrió la idea de asesinar, por dos razones: ...
Una, no tengo (ni tuve y nunca tendré) ansia ni afán de ver gente sufrir, ni escuchar gritos y plegarias que, si las escucharía un real asesino, no les importaría demasiado. No tengo el cerebro negro, solo quiero divagar. Estoy en la cuenta que divagar en formas de matar no es bueno, y que hay otras cosas por las que preocuparse, pero la pregunta crucial sería... ¿Qué pasaría si...? Y, la continuación de aquella pregunta con incógnitas infinitas, me resulta completamente inquietante, más que todo lo que sobra.
Mi segunda razón es mucho más simple, aunque engloba cosas a las tengo más en cuenta: matar gente, sea por cualquier razón, no es bueno. Por eso pensé, y reflexioné donde las ideas se cruzan, que no sería yo quien terminaría con lo que se conoce como una ciudad, lo haría otra cosa, con un mínimo y pequeño empujón.
Escogí algo fuera del alcance de los humanos: un caos natural. Dios de los grandes y catastróficos cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego, titulé la gran tarea. No puedo controlar ningún elemento, lógicamente. Pero hay uno que está, de una forma extraña, mas cerca de mí que de los otros. No podría hacer nada con la estúpida tierra: ¿Placas tectónicas de bajo de Neuquén?... ¿Cómo lo lograría? Es imposible, y, luego de discusiones con mi mente, descarté la tierra. El aire también es inútil, ya que imposible sería controlar los vientos y absurdo sería llamar ridículamente a los tornados ... y el fuego, el que creía más eficaz, es incapaz de controlar. Ese es mi miedo, el fuego, el ardor, las llamas flameantes. Descartado. Quedaba el agua, las grandes masas de agua que, con un empujón, Mi pequeño empujón, seguirían su movimiento físico natural. La gran represa El chocón sería perfecto.

Burlar aquellos controles de seguridad fue una tarea fácil, aún más factible de lo que pude pensar. La bomba más mínima abriría una grieta, y no importaba su tamaño, ya que la hendidura más chica provocaría que el gran muro se derrumbe, dando a conocer la gran ola que a medida que avanzase, arrasaría con todo aquello que conocí como Neuquén.
¡Boooooooom!
Escuché gritos, plegarias (de esas que no planeaba escuchar), llantos y lamentos. Fue todo muy rápido, y la ola avanzó como un viento progresa sobre las montañas, y yo, desde el lugar de origen de aquella ola, la vi. Me sentí como un espectador, lleno de culpa, viendo como el agua asolaba y devastaba todo lo que se entrometía, y la luna, la que me observaba, se veía más grande, ya que los grandes edificios ya no estaban en el medio. Ya no había nada entre nosotros; solo estaba la gran luna, mirándome, y yo, desde la península que creé al hundir la ciudad, contemplándola.
Donde hubo indicio de casa, edificio, construcción o, más grotesco aún, donde hubo yacimiento de raíz de árbol, quedó más que agua, dando lugar a un nuevo mundo bajo agua, incapaz de habitar por algún ser vivo que conozca.

Cuando, luego de un gran pestañeo, pude vislumbrar los bancos de la plaza donde estaba, me paré y giré la cabeza, a la derecha, a la izquierda, así tres veces. Curioso fue pensar todo aquello, en apenas una fracción de segundo, lo que dura un simple pestañeo, un soplido, una simple risa, un simple estornudo provocado por alergia a la primavera, un simple beso de despedida, o de reconciliación, un chasquido de dedos, un giro de cabeza, una risa, lo que dura el ruido de una gota de una hoja al caer, un minúsculo ladrido, o el simple ulular de una lechuza.
Usé esa fracción para otra cosa, completamente diferente.

1 comentario:

  1. pedri avisame si vas a hacer eso hee no quiero morir ahogada, muy linda la historia
    mandasela a cris morena haceme caso ;)

    ResponderEliminar