lunes, 22 de febrero de 2010

Orillas del destino


Nadaba entre los espíritus negros, los fantasmas de los que alguna vez estuvieron enamorados, entre los corazones rotos y despedazados... ¿despedazados de amor? ¿Quién sabe?; me encontraba en un río de sangre púrpura, proveniente, ni más ni menos, de los corazones, rotos y fracturados, y me pregunté que habrá pasado y, quién sabe porqué, la palabra traición apareció en mi cabeza.
¿Corazones? Me atrevía a llamarlos así. Forma de aquello no tenían, pero no porque nunca lo fueron, si no porque cambiaron, de alguna forma u otra. ¿Acaso un corazón roto se convierte en otra cosa? Diría que sí, ¿No? Nunca le desearía a nadie tener aquella sensación hueca, aquella sensación que se siente al tener un corazón roto. Claro, que aquel se puede sanar, con tiempo y paciencia, dos virtudes que casi nadie goza, y dos virtudes de las que, actualmente, se necesita, y mucho, mucho más de lo que la gente piensa, incluso yo.
Pero, luego de la brazada número cuarenta, alejando de mi los restos de lo que una vez fueron corazones, me di cuenta que no estaba solo, había mas gente allí, muchachas y muchachos, niños y niñas, adultos y gente con ya edad, y no estaba muy seguro si tendrán, o no, más idea que yo de aquel río místico, púrpura y lleno de lo que, a simple vista, parecen sesos.
-Ché, vos... -le dije a una chica que andaba vagando igual que yo, también haciendo brazadas. Pude ver, en su rostro, que no sabía, igual que yo, porque estaba allí. -¿Qué hacemos aquí?
Su rubia cabellera bailoteó en sus hombros cuando movió su cabeza para ambos lados, señalando en sus ojos que tampoco tenía idea de porqué estaba allí. Pero el hecho de que me encuentre ahí era, además de curioso e intrigante, muy perturbador. ¿Habrá, muy en el fondo, una señal?
-Sé porque estoy aquí, lo que no sé es cómo llegué aquí -afirmó la muchacha, abriendo los ojos como monedas, y éstos, más hermosos que nunca, fueron como reflectores celestes, entre toda aquella agua color carmesí.
-Si se puede saber... -le dije, poblando mi frente de arrugas.
-Me peleé con mi novio.
Noté como la situación se tornó absurda cuando habló, pero, particularmente, no me reí, y tampoco hice algún desdén de burla, ni mucho menos. Mi cara, que rebelaba confusión mezclada con un poco de pánico, ahuyentó a la chica que, luego de un giro de cabeza, desapareció, haciéndome oler su fragancia a pera con un extra de frutilla. Qué delicia.
Claro. Estaba bien claro que aquel río quería decirme algo, pero el problema no era ese, era, sobre todo, que no encontraba qué quería decirme en verdad; reconciliación, quizás, empezar algo, tal vez.
Yo ya no nadaba, aquella corriente espesa me hacía avanzar, y era inútil que me resista, porque aquella correntada era fuerte, pero, en lo más íntimo de mi corazón, tenía ganas de que el agua me transmita aquel mensaje oculto. ¿Qué más daba? De repente, el rojo del agua empezó a desaparecer, mezclándose con agua normal, y las figuras e intestinos a mi lado empezaron a quedar atrás, allá lejos. ¿Es que ahora estaba en un río de verdad? Pues no, pude vislumbrar grandes piedras en el fondo, bien en el fondo. Tome una.
Y me di cuenta que no era una piedra, era una roca con forma de corazón, igual a todas las del fondo. Y aquella señal fue la que me hizo entender todo, y me estremecí, al pensar que capaz aquel río no tenía toda la razón del mundo.
Ni con más ni con menos palabras, aquel río me decía: Ey, despertate, ¡JUGATELA!
Claro, aquellos corazones despedazados eran los que si se habían arriesgado y los que sí, de alguna forma u otra, se la habían jugado. Pero, como es lógico, fracasaron, por eso se encontraban en aquel arroyo; supuse que, después de un tiempo, se iban a recuperar, o eso pensaba. La conexión que encontré me hizo entender otra cosa, mucho más adversa. Aquellos corazones nos representaban a cada uno, y aquel río era, sin duda, la vida misma, esa con una correntada tan fuerte que te lleva y no te das cuenta, esa que, si no la remas, quedás en el fondo, como aquellos corazones rocosos. Claro, tenía que ser eso y, además, tenía sentido.
Los otros corazones, más escalofriantes aún, eran esos que no se animaban y los que se quedaban en su lugar, pensando, sobre todo, que estaban bien sin jugársela, y me pregunté, luego de un rato de pensar, si aquellos corazones de piedra eran parecidos al mío...
... la respuesta no me agradó en absoluto.

sábado, 20 de febrero de 2010

Raiz usada, mente repetida, cuerpos sustitutos


Entre la juventud, aquella aterradora pero hermosa edad, a la que todos quieren volver, me encontraba yo, igual que todos aquellos jóvenes que, a simple vista, gracias a la moda y al mercado similar, no se los diferencian muy bien, haciendo una multitud joven, con vestimenta idéntica o, simplemente parecida. Aunque ni en mis facciones del rostro, ni en las comisuras de mi boca, ni en mi forma de expresar sentimientos y desacuerdos, ni en el echo de que soy uno más de este mundo, ordinario, nadie encuentre algo raro, algo diferente a todos los demás, yo se, y lo guardo lo más hondo posible en mi corazón, que tengo algo que a muchos les intrigaría, como a mi, que a muchos les gustaría tener. En mi caso, me daba igual tenerlo o no. Más que un don, era un recuerdo, un recuerdo que todos tenemos olvidado en algún nido de la mente, y está tan bien arrinconado que, aunque traten reiteradas veces de recordarlo, no lo consiguen.
Algunas veces me gustaría que alguien sepa mi secreto, aunque sé que si pudiese contarlo, nadie me creería, y me tratarían de loco. Por eso traté de que mi rostro, más bien mis ojos, traten de comunicar aquel mensaje tan oculto en mi; algunos lo llaman telepatía, la capacidad de decir algo sin mover la boca, ni hacer señas. Pero, en mi único intento fallido de quedar cara a cara, aliento con aliento, nariz con nariz, lo único que conseguí fue una simple risa, y se que, si se enterara de mi gran secreto, lo último que haría sería reírse, más bien, quedaría más acorde un soplido, una ceja levantada, o una simple mirada tajante, asintiendo de que el mensaje fue captado, analizado y luego, como todo, olvidado. Bufé, ante la idea de que, con la mirada, intenté comunicar.

De todas las mentes y conciencias que hay en esta vida, en esta tierra, el destino, el azar, la casualidad o eso que tiene muchos nombres, eligió la mía.
Todo lo que los humanos hacemos, y lo que el cuerpo nos permite hacer, es controlado por el cerebro. Pero muy pocos saben, o muchos ignorantes desconocen, es que todo aquello es comprimido en el 2% de todo el cerebro. En mi caso, en mi extraño y peculiar caso, yo tenía una expansión de aquel mísero porcentaje, aunque se que aquella virtud no era algo humano, era algo más irreal y místico que otra cosa, es por eso que me estremecía cuando imágenes bombardeaban mi cabeza. Mi merced era, mas que todo, un fino recuerdo de mi vida pasada, de mi antigua vida, de aquella que no se sabía muy bien si existía, si existió o si nunca hubo tal cosa. ¿Acaso todo lo recordado era sólo producto de mi imaginación... o Acaso yo en realidad tuve otra vida, y recordaba muy bien qué había hecho en aquella?
Soy, entre todos los rangos y clasificaciones que se pueden dar en una sociedad, los que piensan que, luego de morir, el cuerpo se queda solo y el alma se sustituye por otro cuerpo, por otra vida, como si, luego de que una flor muera o se seque, otra nazca de aquellas raíces viejas. Es muy absurdo tratar de recordar algo que, francamente, para uno, no existió, pero tardé varios en años en darme cuenta que los recuerdos que iluminaban túneles en mi mente eran, ni más ni menos, que memorias de mi vida pasada, de mi vida anterior, haciéndome pensar en las cosas que hice y que no pude hacer en aquel pasado que yo creía lejano. Pero lógico, claro, es creer que uno no puede, así como así, volver atrás y ver que hizo mi antiguo yo, mi antigua esencia.
De nada me sirve saber que hizo el portador de mi alma en la antigüedad, claro, ya que el tiempo siguió transcurriendo, y las cosas cambiaron. Pero, aunque no quiera acordarme de lo absurdo que es todo esto, aquella memoria me persigue, en el sentido de que, por ejemplo, al escuchar una canción muy antigua, recordarla, con mis insignificantes dieciséis años, sería imposible. Pero, como mi alma la escuchó en su momento con su otro cuerpo, yo, en la actualidad, la puedo reconocer tranquilamente, y cantarla y tararearla a la par.

Vidas pasadas, destinos, casualidades, azar, alma... ¿Acaso algo de todo aquello existe? Puede que si, como algunos creen y afirman, o puede que no, como algunos que niegan y tratan de locos a los que sí llegan a creer. ¿Acaso todos tuvimos una vida pasada y es imposible recordarla? ¿Acaso soy el único que recuerda aquello? Es inquietante saber donde estuvo nuestra esencia antes de que el cuerpo contemporáneo. ¿Estuvimos en algún lugar antes? Son respuestas con explicaciones infinitas, o no, con una explicación que nadie sabe y que muchos intentan se descifrar. Yo sé que mi mente me hace jugadas y yo soy tan inútil que no puedo hacerle jugadas a ella. ¿Acaso estoy cayendo en una trampa, una jugarreta de mi conciencia? Espero que no, pero esperar o desear son cosas que no tienen mucho sentido.
Aquel pensamiento va más allá de mi, resaltando lo más sublime de todo lo que puedo llegar a creer. Me imaginé, y luego me pregunté, si la flor que le regala un simple novio a su novia tuvo antes otra raíz, o si el ramo de romero que arranca una muchacha antes tuvo la posibilidad de ser arrancada en el pasado.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Donde uno no arriesga y ninguno gana.


El cielo estaba lívido, de un color indefinido, ya que el sol no se decidía si salir o no, y las nubes, algunas grises y otras mas blancas, decidieron, de un día para otro, controlar el cielo, tapando el precioso sol. Aunque ningún rayo de sol podía atravesar aquella nubosidad espesa, el aire era cálido, capaz de calentar un rostro frío, pero inepto para evaporar charco alguno. Viento: moderado, aunque, de vez en cuando, algunas mínimas ráfagas azotaban las copas de los árboles, llevándose con ella algunas hojas, secas, verdes, daba igual.
Desde una ventana analicé el día lo mejor que pude, con los escasos datos que tenía, sacando también conclusiones sobre si llovería o no en horas. Esperaba que no, aunque los datos no me acompañaban con eso.
Más allá de los árboles que tapaban gran parte de mi vista por la ventana, vi una pareja, un muchacho de cara pálida, hablándole a una mujer con lágrimas en sus mejillas. Él la abrazaba, consolándola, supongo. Le decía algo al oído, palabras de consuelo, quizás, palabras de aliento. Vi como a la mujer no le importaba nada de aquello, nada de sus palabras sin sentido. Se separó de él bruscamente y, dando un giro dándole la espalda, esa frágil espalda, echó a correr, agitando su cabello contra la brisa y el viento leve.
No era de mi incumbencia, y se que muchas cosas podrían haber pasado allí afuera, pero, ¿Qué mas daba?, abrir una cápsula con posibilidades en alguna parte indefinida de mi mente fue inevitable. De todas aquellas opciones, una más trágica que la otra, escogí, por carne propia, una que podría haber perjudicado tanto al hombre de cara pálida como a la mujer de los pelos al viento. Algo tan abstracto, complicado y hermoso. Relación terminada, y no me animaba a imaginar la palabra amor, era demasiado fuerte y no estaba seguro si aquello hubiera correspondido a aquella pareja que quién sabe quienes eran.

El mundo de las relaciones terminadas que luego vislumbré fue algo de lo que ahora me arrepiento. Hermoso es cuando las risas, alegrías, felicidades y seguridades reinan sobre la pareja, y me pregunté si alguno, el hombre o la corredora, se hubiera preguntado cuándo terminaría aquella relación, cuánto duraría. Y pensar, estando con una persona, cuánto tiempo queda para reírse, no es bueno. Ideal sería disfrutar al máximo cada momento, cada minuto, cada instante. La pregunta que aquella pareja tendría que haberse hecho fue: Todos los momentos juntos vividos... ¿Valieron la pena hasta este momento, hasta este momento donde sufrimos, hasta este momento donde nos consideramos una relación terminada? Diría que si, pero soy de los que piensan que cualquier momento vivido valió la pena, suprimiendo aquellas torturas o secuestros de dignidad que algunos sufrieron.
Escalofriante, si, pero la pregunta preliminar tendría que ser, ¿Para qué voy a enamorarme, si, al fin y al cabo, voy a terminar sufriendo, como aquella pareja? Por eso me imaginé otro mundo, mucho mas terrorífico que el universo de las relaciones terminadas. Este mundo es diferente, es un mundo donde los hombres tienen miedo a sufrir, y se alejan de la fuente de aquel sufrimiento: las mujeres. Un mundo donde los hombres intentan crear una barrera entre las mujeres; pero, al final, ese muro es tan inútil, tan frágil, como si aquella muralla fuera de pétalos de rosa, o de simples plumas. Pero, a pesar de lo angosto que sea aquel muro, no lo traspasan. Es un mundo donde nadie se anima a nada, donde los hombres no se animan a gozar lo mas hermoso de la vida, ni las mujeres se animan a traspasar aquel conjunto de pétalos. Es el mundo donde los hombres no aman a las mujeres.
Intenté crear otro mundo más pavoroso y espantoso, pero no pude, aquel se ganaba el premio al mundo con menos sentido, y con más razones para que desaparezca, es por eso que tenemos que tratar, entre todos los habitantes de aquí, en no convertir el planeta tierra en un mundo así, tan imperfecto, tan ridículo.
Ahora si me arrepiento de algo más, me arrepiento de que El mundo donde los hombres no aman a las mujeres haya ocupado un lugar en mi cerebro, y juro solemnemente que no fue intencional, y que nunca, nunca más, imaginaría algo así.

lunes, 15 de febrero de 2010

Un segundo bien usado


Neuquén: un pueblo chico, convertido en una ciudad, más chica aún, con edificios viejos, incomparables con los nuevos, los más modernos, con casas grandes, con grandes jardines, contrarrestando las chozas, las casas de chapa, donde su patio es apenas la calle o tierra húmeda. Terrible, pero si, es donde vivimos, un lugar lleno de contrastes... pero eso lo sabían todos, ¿no?.
Definir a toda la gente en mismos adjetivos, como pude decir que Neuquén esta lleno de contrastes, más que todo, sería una aberración. Particularmente no podría hacerlo ¿Todos son mentirosos... soberbios y niños de mamá? No, no lo son, ilógico sería solamente pensar qué pasaría con un mundo donde todos sus habitantes sean así (eso tampoco me permitiría pensarlo). Me atrevo a decir que a todos los une un sentimiento mutuo, algo que, oculto y no tan bien arrinconado, duerme en cada alma de cada persona, y que cuando llega la hora, despierta y golpea, más fuerte que nunca, las paredes de la conciencia y de la razón: el miedo, algo que muchos subestiman.
Pero lo cierto es que no puedo englobar todos los miedos en una misma categoría, por el simple hecho de que no todos tienen los mismos temores...
...Pero en esta realidad egoísta, puedo confirmar que más del 90% tiene un miedo en común, un miedo paralizante, sin vuelta atrás, como el ardor de un pétalo de una rosa, o, más trágico aún, como el detenimiento del pulso, como el derroche de sangre humana o como el hecho de no pestañear más. Ese miedo simple como el dejar de respirar, como el hecho de quedarse inmóvil de por vida, si, tan simple como el hecho de morir, por una u otra causa, sea por el asesinato o caos natural; como el choque de autos, o, más funesto aún, por suicidio, la muerte más fatal, complicada y adversa.
Me atrevo completamente a sustituir mi cuerpo aburrido, incapaz de hacer grandes cosas, por el de un maníaco psicópata, de esos con ganas de matar, en este caso, a toda una ciudad; cualquiera pensaría que es una idea anormal, pero, en mi caso me resulta inquietante. Turbador sería tener el poder de lanzar una epidemia, probándolas con una ciudad entera, como si, en este caso, Neuquén estaría en una pecera, y yo, desde lo más alto, desde el flanco más superior del recipiente , observo cambio alguno.
Nunca, en mi gran fantasía de poder tener aquella potestad, se me ocurrió la idea de asesinar, por dos razones: ...
Una, no tengo (ni tuve y nunca tendré) ansia ni afán de ver gente sufrir, ni escuchar gritos y plegarias que, si las escucharía un real asesino, no les importaría demasiado. No tengo el cerebro negro, solo quiero divagar. Estoy en la cuenta que divagar en formas de matar no es bueno, y que hay otras cosas por las que preocuparse, pero la pregunta crucial sería... ¿Qué pasaría si...? Y, la continuación de aquella pregunta con incógnitas infinitas, me resulta completamente inquietante, más que todo lo que sobra.
Mi segunda razón es mucho más simple, aunque engloba cosas a las tengo más en cuenta: matar gente, sea por cualquier razón, no es bueno. Por eso pensé, y reflexioné donde las ideas se cruzan, que no sería yo quien terminaría con lo que se conoce como una ciudad, lo haría otra cosa, con un mínimo y pequeño empujón.
Escogí algo fuera del alcance de los humanos: un caos natural. Dios de los grandes y catastróficos cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego, titulé la gran tarea. No puedo controlar ningún elemento, lógicamente. Pero hay uno que está, de una forma extraña, mas cerca de mí que de los otros. No podría hacer nada con la estúpida tierra: ¿Placas tectónicas de bajo de Neuquén?... ¿Cómo lo lograría? Es imposible, y, luego de discusiones con mi mente, descarté la tierra. El aire también es inútil, ya que imposible sería controlar los vientos y absurdo sería llamar ridículamente a los tornados ... y el fuego, el que creía más eficaz, es incapaz de controlar. Ese es mi miedo, el fuego, el ardor, las llamas flameantes. Descartado. Quedaba el agua, las grandes masas de agua que, con un empujón, Mi pequeño empujón, seguirían su movimiento físico natural. La gran represa El chocón sería perfecto.

Burlar aquellos controles de seguridad fue una tarea fácil, aún más factible de lo que pude pensar. La bomba más mínima abriría una grieta, y no importaba su tamaño, ya que la hendidura más chica provocaría que el gran muro se derrumbe, dando a conocer la gran ola que a medida que avanzase, arrasaría con todo aquello que conocí como Neuquén.
¡Boooooooom!
Escuché gritos, plegarias (de esas que no planeaba escuchar), llantos y lamentos. Fue todo muy rápido, y la ola avanzó como un viento progresa sobre las montañas, y yo, desde el lugar de origen de aquella ola, la vi. Me sentí como un espectador, lleno de culpa, viendo como el agua asolaba y devastaba todo lo que se entrometía, y la luna, la que me observaba, se veía más grande, ya que los grandes edificios ya no estaban en el medio. Ya no había nada entre nosotros; solo estaba la gran luna, mirándome, y yo, desde la península que creé al hundir la ciudad, contemplándola.
Donde hubo indicio de casa, edificio, construcción o, más grotesco aún, donde hubo yacimiento de raíz de árbol, quedó más que agua, dando lugar a un nuevo mundo bajo agua, incapaz de habitar por algún ser vivo que conozca.

Cuando, luego de un gran pestañeo, pude vislumbrar los bancos de la plaza donde estaba, me paré y giré la cabeza, a la derecha, a la izquierda, así tres veces. Curioso fue pensar todo aquello, en apenas una fracción de segundo, lo que dura un simple pestañeo, un soplido, una simple risa, un simple estornudo provocado por alergia a la primavera, un simple beso de despedida, o de reconciliación, un chasquido de dedos, un giro de cabeza, una risa, lo que dura el ruido de una gota de una hoja al caer, un minúsculo ladrido, o el simple ulular de una lechuza.
Usé esa fracción para otra cosa, completamente diferente.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Aire puro, no vengas. Déjame con este sucio hasta no tener cabeza.


Los cigarrillos de las manos sudadas se iban consumiendo poco a poco pitada tras pitada, y el silencio era acompañado por el raspeo de las agujas del reloj, por las fricciones labio contra cigarro de aquellos hombres y mujeres con aspecto desesperante y por los jadeos de algunos intranquilos. En la silla más cerca de la puerta, estaba yo, en esa neblina con olor a tabaco. Me dolía el pecho por contener la respiración y de vez en tanto abría la puerta para que aire puro entre y se mezcle con el sucio, el asesino, ese que me impedía respirar.
¿Por qué no me iba de allí? Tenía la puerta a centímetros. Sólo era pararme, y dar unos dos o tres pasos.
Pero por otro lado quería quedarme. Quería acostumbrarme a la atmósfera, a la nube que provocaban los cigarrillos, a la espera... Quería escuchar a otras personas que tengan el mismo o, aún peor, un problema mayor al mío. Mayor a mi demencia, a mi locura, a mi aislamiento y a mi forma instintiva e impulsiva de ver las cosas. Sí. Tendría que haber personas como yo; no podría ser el único en esa sala.
La señora de cara pálida con un pañuelo muy llamativo en el cuello, fue la primera en aclararse la garganta para dar lugar a su voz. Apagó el cigarrillo con dureza en uno de los cuantos cenizeros ya atestados por pitillos.
-Soy Ruitta Gómez -dijo, levantando la mano derecha para percatar la atención. Su voz, rasposa, encajaba perfectamente con su cuerpo y aspecto: una fumadora compulsiva. - Me parece patetico compartir cosas con gente que no conozco. - ¡Cuanta razón tenía! -pero mi amiga insistió demasiado. Ya no la aguantaba.
Esperó unas fracciones de segundos. Supuse que aquella espera se debía a que produzca risas sobre su comentario. Yo, particularmente, no me reí. Y tampoco oí nada.
-Tengo muchos problemas para relacionarme con la gente. Sea familia, amigos o profesionales. ¿Será por que me descriminaban cuando era gorda a los siete años? -preguntó gritando, mirando a todos los rostros espectantes en frente de ella. -Pues yo creo que sí, estúpidos niños. No tengo confianza, ni amigos, y apenas mis tíos me hablan...
Roitta habló por mucho tiempo y dió a conocer sus otros problemas, varios: hablaba con su perro como si fuera una persona, no soportaba almorzar con su mamá y al final dió a entender que su amiga que le había insistido era ni más ni menos que imaginaria.
-Yo soy Pablo Cortéz -dijo otro de la otra esquina, también apagando el cigarrillo. Habló cuando la voz de la mujer cesó al fin.
Parloteó por mucho tiempo. No sabía hablar muy bien ( ¿A causa de los nervios? ¿ A causa de su falta de educación? No lo podría haber dicho.). Por lo que contó, era super millonario, y lo tendría que haber supuesto por su vestimenta muy elegante . Sobornaba a todos sus profesores de la universidad para que apruebe. ¿De qué le serviría en el futuro? pensé en mi fuero interno. Tampoco tenía muchos amigos, a causa que solo fue dos años a la secundaria, gracias a su capricho de no querer concurrir más. Le aburría, según él.
-Soy Victor Kijfpol -dijo otro a pocas sillas de Roitta, entre un hombre alto y larguirucho y una chica que temblaba. No pude escribir su apellido en mi mente, ni imaginarlo escrito en un papel. ¿Acaso aquel apellido existía?
Pero a Victor lo escuché, y su corta vida de 17 años había sido bastante trágica: abandonos, trastornos, asesinatos y, cuando me había perdido en el espacio y tiempo sin ninguna razón aparente, con la mirada fija en el reloj, pude escuchar la palabra fantasma si no me equivoco.
A medida que la gente hablaba, apagaba sus cigarrillos y pude ver que no volvían a prender otros. Cuando me di cuenta, nadie tenía nada en las manos, aunque la nube espesa todavía reinaba en la habitación. Desapercía a medida que la aguja que marcaba los segundos se movía.
¿Por qué todos estaban en silencio?...
...¿Por qué todos estaban observándome?
Me di cuenta que era mi turno de hablar, y que todos habían terminado ya en la sala. Que trágicas que eran sus vidas, comparadas con la estupidez de mi motivo. Aquello parecía una competencia de cual era la vida mas trágica y triste, y yo ya tenía una ganadora: Tania, aquella adolescente de 19 años a la que le habían pasado de todo, desde traición y mentira, hasta golpes y maltratos.
Estaba en lo cierto, y me sonrojé. Aire puro, vete, pensé, deje que la neblina me mate. Visualicé la vida como una gran manzana roja. La mía apenas estaba machucada en un punto cerca del vástago, mientras que las manzanas de ellos estaban totalmente podridas, incomibles, diría. Era ridículo.
Pero no podía empezar a hablar, sería estúpido. Fui un estupido al hacerme la pelicula. Esos tantos que había habían sufrido de verdad, habían probado lo más feo de la vida, la parte más podrida de su manzana. Habían vivido cosas que nunca las viví y que espero y le ruego a Dios que nunca las vaya a protagonizar. Ni la cosa mas vil que me había pasado se comparaba con lo de los demás. Sería un insulto para ellos que yo hablara, por eso es que simplemente no era que no podía, no debía. Ese grupo era para gente que sufrió en serio, y no como gente sin cerebro que no piensa y que actúa con impulsos, como yo. Tendría que existir un grupo para gente enfermiza, gente que piensa que todo le va mal cuando es al contrario, gente negativa, gente cuyo cable a tierra hizo de un día a otro un pequeño cortocircuito. Como yo. Nube, arráncame la cabeza, pensé, decapítame. Por un momento, quise contener la respiración tanto al punto que me caiga de la silla y quede inconsiente, o lamer cada cenicero hasta que mi estómago explote, o llamar al tal Héctor, ese que había perseguido a Tania durante mucho tiempo. Todo, menos hablar.
Agradecí que mi vida sea como es e imploré que siga así.
Los ojos hondos y profundos de los maníacos me seguían viendo con impaciencia. Sentí como se llenó mi cabeza de sagre y como mis pómulos se ponían rojos (cosa que pasa a menudo).
Tierra, trágame, musité.