sábado, 30 de enero de 2010

Luz. Felicidad. Dolor. Correcto. Felicidad. Felicidad. Felicidad, y un poco de dolor.


Me quedé paralizado ante la idea que, cruzando la puerta de madera color verde pálido, me encontraría con alguien que me analizaría la mente e intentaría de archivarla ( a lo que nunca le tuve fe). No le tenía miedo al hecho de que confese mis más secretos íntimos; le tenía pánico a la idea de que pregunte algo inteligente, lo cual no pueda responderle. Quedaría como un estúpido, de esos que pagan un psicólogo y no contestan lo que preguntan. Ese era yo.
Hice un paso y giré el picaporte, pensando que probablemente tendría que haber tocado la puerta, en vez de pasar como quien quiere la cosa.
-Oh -dijo, como especie de saludo misterioso. Sentado en una esquina en el medio de la penumbra, estaba él mismo, el mismo que me habia preguntado Si era feliz ( a la cual no pude responderle como una persona cuerda). Pero antes de golpear con fuerza la puerta de mi auto, me juré a mi mismo que le respondería todo rápido y conciso. -Eres tan puntual.
Me senté en un sillón, y pude escuchar el roce de la punta de su lápiz en el papel. ¿Acaso pudo notar algo con el hecho de que me sentara sin decir ni una palabra? Me estremecí al pensar qué cosas podría haber estado anotando en esa libreta que deseaba tener en manos.
La cuestión empezó bien. Más que bien para mi. Las preguntas las pude contestar rápida y brevemente. ¿Haz tenido algunos golpes de presión? ¿Tienes pesadillas o sueñas lindo? ¿Estás enamorado? En esta última, le contesté muy breve con un rotundo No. Pero al ver la facción en su cara, me di cuenta que necesitaba explayarme... y lo hice. Y fue efectivo. Ví el lápiz bailar sobre el papel y deseé otra vez poder pararme y leer, leer y leer.
La aguja del reloj que indicaba los minutos se movió de dirección muchas veces y pude notar que había pasado mucho tiempo allí. Estaría por acabar.
De alguna forma misteriosa, no quería que eso suceda.
Aunque hablé, no me sentía aliviado. No me sentía liviano. Me sentía igual o peor que cuando entré. ¿Qué estaba pasando?
-Bueno -dijo, con ganas de terminar la seción. Pestañé con fuerza, y no abrí los ojos. Era extraño, porque siempre aquel hombre sonreía cuando terminaba. Se sentía satisfecho, igual o más que yo. En esa ocación no era así. Estabamos a la par. -¿Tienes algo que agregar?
Y dio en el blanco.
Sí.
No le dije nada. No podía. ¿Si tenía algo que agregar? Pues tenía. Tenía todas esas cosas que el no me preguntó, y que de seguro que no se le imaginaron. Mi niñez, por decir.
Intenté convertirme en un fantasma e irme dieciseis años atrás, cuando nací, cuando mi mamá me dió a Luz. Y pude transformarme en mi mente. Veía a mi vieja feliz, claro, su primer hijo. Veía a todos felices, a mis tíos, a mis abuelos, a mi papá. A todos. Pude ver la felicidad en sus ojos, en su rostro... Eso era algo muy lindo, muy real, algo que, desafortunadamente, yo no recordaba, lógicamente. Pero sé que existió, con eso podré vivir. De eso, y entre otras cosas, no me había preguntado el bigotudo.
Luego vino la parte fea, que, en algún momento, tenía que llegar. Pero de las cosas malas que no me quiero acordar, me las acuerdo. Perfectamente.
Eran épocas donde pensé que todo iba bien, donde tenía una familia chica y feliz y donde yo creía mi mundo diminuto, perfecto, placentero, alegre y eficaz. Pero fue ese año donde, quién sabe el motivo, mi papá se fue de la casa, viviendo en un lugar lejano. Se fue. Si, a recrear su vida. Antes, no entendía el motivo, como no entendía como una persona tan mala podía irse así, de un día en el que pensaba que estaba todo bien, al otro. Ahora si.
Y despues todo fue a la normalidad. Me sentía bien un día. Mal otro. Alegre otro. Y así. Una segidilla de años que no tenía intención de recordar, como tampoco de olvidar. Daba igual que esten allí, en un nico de mi mente, bien arrinconados . Eran tiempos de locos, si. Si que lo eran. Pero siempre con el mismo eje desde chico, ¿No?. Ser Correcto.
¿
Y ahora? ¿Ahora qué? ¿Era infeliz? Para nada. ¿Pero que sabemos nosotros los humanos cuando llegamos a la felicidad...? Yo me siento lleno de felicidad. Sí. Una copa llena de gotas de felicidad, con algunas gotitas de dolor, de pena, de culpa, de estupidez. Pero esas gotas no se comparaban con las otras. Definitivamente.
Y pasé mucho rato allí, divagando por mi cerebro como si estubiera solo en la sala, como si estubiera solo tumbado en mi cama. Hasta yo pude notar los cambios en mi cara a medida que avanzaba con la línea de mi vida no tan fructífera: Felicidad. Dolor. Hoy.
Ahora sí veía la sonrisa del viejo, dejando a la vista sus dientes grandes, afilados y relativamente blancos. ¿Eso esperaba? ¿Que me pusiera a pensar? Me reí para mis interiores. Me puse a pensar que era muy probable que tenga ese don de leer la mente. Sea un adivino o no, era muy eficaz y escalofriante. Mucho más escalofriante.
Sin duda, volvería al día siguiente.

viernes, 22 de enero de 2010

El gran significado de esa palabra que nos estremece y que hace olvidar hasta el golpeteo de la lluvia.



El ruido del motor del auto ya lo había incorporado hace rato, dejando atrás otros ruidos comunes, como el golpeteo de las gotas que caían esa tarde, como mi respiración regular y como los bocinazos de los autos, junto a esas palabras que mi mamá me decía que no dijiera nunca.
Pero estaba bueno tener aquel tiempo en el auto, para pensar... reflexionar o simplemente para dejar de escuchar voces; esas voces que a nadie les importa, como la de tu jefe, como la de los comerciantes o como de la chica que se rie sola en la radio (la cual estaba apagada). Pero no tuve mucho tiempo para nadar en mi cerebro; algo me llamó la atención, y yo no soy de esos que se sorprenden por muchas cosas... En una esquina, no tan transitada como de costumbre, se encontraba un viejo (no tan viejo) aunque le daba unos cincuenta... o cintuenta y cinco. Pero no fue eso lo que percató mi vista e interrumpió mi tranquilidad, si no que tenía un cartel en la mano escrito, por lo que pude ver, con un ladrillo sobre un cartón. Era casi ilegible, pero frunciendo los ojos y poblando mi frente de arrugas, pude decifrarlo. Y lo pude ver bien claro. Esperando sin perder esperanza.
Estacioné en un lugar cercano; con suerte, encontré lugar en frente de aquel viejo reñido con la barba casi hasta el pecho. Giré la llave y aquel ruido que ya había incorporado desapareció, provocando que el ruido de la lluvia se haga mas intenso.
-¿Puedo ayudarlo? -le dije, como si aquella vereda fuera mía. Luego de preguntarle me sentí estúpido por tener la respuesta en frente de mis narices -¿Qué esta esperando, señor? -intentaba ser amable, lo más afable posible, pero yo se (y reflexioné en mi fuero interno) que si alguien me hubiera preguntado lo mismo, no hubiera sido tan amable mi respuesta.
-Espero. -me dijo con una voz no tan rasposa como la esperaba.
-¿Qué espera exactamente, señor? -le dije, y me avergonzé porque no me había puesto a pensar que tal vez no era tan viejo como pensaba.
-El amor. -me dijo. Y me dieron ganas de reírme. No hice sumergir la risa en mi cara, pero estaba más que seguro que una mueca de burla se dibujó en la misma. Era inevitable. Tan inevitable que aquél viejo lo percató y añadió -a mi esposa, no se.
-¿Qué ha pasado, señor? ¿Quiere que tomemos algo, señ...?
-No. -dije tajante. -Nos peleamos y quedamos en encontrarnos acá -dijo recorriendo la esquina entera con la mirada. -Hace tres años...
Y sí. Si antes pude contenerme de la risa fue un milagro, pero dos milagros en un mismo dia... no creo que hubiera ocurrido. Me heche a reir. Y no sabía si las gotas de mi cara eran de la lluvia, de sudor o de la risa que produjo aquel viejo... ridículo.
Me subí al auto, y con otro giro de llave el ruido de la lluvia bajó de volumen. Y me avergoncé ¿Qué derecho tenía yo, que soy uno más de este mundo, al reirme así, a entrometerme, y a andar indagando por ahí...?
Me sentí muy minusculo, pero tampoco tenía las suficientes agallas como para volver y pedirle...
perdón.
Mi cabeza estaba muy turbia, y ya no había sonido alguno. Aquel viejo y aquel cartel reemplazaron todo. Era verdad que era ridiculo esperar ahí durante tres años con la esperanza de que ella vuelva. Era absurdo. Pero lo absurdo no deja de ser inteligente. El viejo esperaba... pero por lo menos esperaba. Su esposa (o ex esposa) tal vez se fue lejos, muy lejos ,antes de encontrarse. Se acobardó. Pero de lo que estoy seguro es que cuando el viejo llegó a esa esquina, hace tres años, y vió que su esposa no llegaba, no se puso triste. Él esperó. No creo que ni todo este tiempo, ni ahora, se sintiera desilucionado, ya que piensa que va a volver. Tiene la esperanza de que algún día aquella mujer llege a esa esquina. Me pude imaginar las lágrimas en los ojos del viejo... de felicidad.
¿Será de ignorante? ¿De alguien sin vida? ¿Absurdo? Puede ser... Es amor. Pensé, y me estremecí al pensar en el gran significado de esa gran palabra.
-Sí -me dije con seguridad a mí mismo. repetí en mi cabeza. ¡Eso es amor!... y me volví a entremecer.


Pero luego de unos días me desperté en una noche muy tibia.
Y ese sueño me dijo que el amor no se espera...
El amor no se espera porque nunca va a llegar... No. Nunca llega
Pero nunca llega porque nunca se fue. Nunca se va.
Es algo que nace, crece, vive, sufre y muere con nosotros.
Sí.

lunes, 4 de enero de 2010

Me dejé llevar hasta tenerla aquí.


Allí estaba yo; intenso, con una locura a la máxima potencia, insólito y hasta me definiría estupido. El cielo estaba gris ya que el sol no se animó a salir ese día. Me vendría una buena taza de café con galletas.
Tome el café con sigilo y con la mayor calma; estaba inundado de pensamientos que tiene la gente loca, como yo. ¿Gente loca? No. Gente insolente. Gente totalmente perdida de su eje. Al lado de la diminuta pero deliciosa tacita de café habia una galleta, de esas que adentro tenían un mensaje. Aquellas galletas de la suerte. La partía al dos, y el sonido crocante me abrió el apetito. Aquella premicia decía: Que la obseción no te controle ni en lo más mínimo. ¿Pero que era eso? No estaba para leer esas idioteces. Primero me reí dandome cuenta que la gente me miraba. Después me enojé con el estúpido que no tenía vida, el que escribia en aquellas galletas de la suerte. Idiota.

Pero aquel intervalo no me iba a impedir nada; no. No lo iba a permitir. No quería pensar en el café por que la ira me destrozaba la cara. Pasé por enfrente del cementerio donde siempre había un grupo de gente llorando ( algunas veces pasaba y la gente decía esas barbaridades que yo siempre pienso). Me quedé tenso. Inmóvil. No quería pestañar porque no quería perderme a aquella figura de pelo negro, de contextura perfecta, de ojos llorosos... estaba tan triste. Y eso me ponía triste a mi. Pasé con las manos en el bolsillo de mi saco. ¡Qué hermosa que era! Estaba en las manos de un señor grande. Ella lloraba y lloraba. Cualquier persona normal se hubiera preguntado que ser tan querido se habría muerto. Pero yo no soy así. Soy intrépido y tan egoísta que no me importaba quien había muerto... me importaba solamente verla una vez más.

Pasó una semana y todavía seguía pensando en esa silueta perfecta. Pero no esperaría más... ese día la vería... de vuelta... en el mismo lugar sombrío. El cementerio. Pasé por allí como si nada. Ella seguía llorando. Pero ahora no estaba en las manos del señor... obvio que no... a ese señor lo había mutilado. Lo había matado con tal de verla de vuelta... con tal de ver sus facciones perfectas. ¡Que enfermo asesino! Me diría cualquier persona normal. Menos mal que no tenía a nadie que me lo dijiera.

Asesiné y asesiné a medida que veía a aquella mujer en las manos de una persona. Hasta que una mañana la vi destrosada. Seguramente se pregunta porque todos mueren. Que curioso era pensar que yo tenía la respuesta a aquella pregunta. Necesitaba matar a gente para verla del otro lado de la reja del cementerio. No me registraba. Pero mejor, así no me declaraba sospechoso de tal hecho. Pero esa mañana estaba sentada en una silla, con la cabeza entre sus delicadas manos. ¿A quién tenía que matar para verle la cara de vuelta?
Pero entonces me sobresalté cuando una idea muy oscura se me ocurrió. ¡Que mente tan podrida que tengo! ¡Que...perverso!
No sabía a quién tenía que mutilar para verla de vuelta. Pero la respuesta estaba en frente de mis ojos: tenía que matarla a ella. Y así podría verla todos los días, cuando quiera... era lo mejor. Me animé... salté... grité y los pocos que quedaban en el cementerio me miraron desde el otro lado.

-¿Qué? -les dije de mala gana. Me dominó la ira... el pudor... tenía ganas de poder verla cuando tenga ganas... tiesa. Sonreí y me imagine una de esas sonrisas sombrias.

Y luego de dos semanas la pude ver en el sótano lúgubre de mi casa. Estaba ahí, largando un olor asqueroso. Pero no me importaba. Tenía un aspecto hermoso, aunque hubiera estado muerta. Sí. La mate. La ahorqué, y fue muy inteligente, porque no la manché con sangre. Estaba ahí, en frente de la cama donde ella estaba tirada... y muerta. Metí la mano en mi saco negro y pude tantear algo. Era aquel papel estúpido de mi galleta de la fortuna. ¿Qué fortuna tenía eso? Aunque lo había leído una vez... lo hice de vuelta:
Que la obseción no te controle ni en lo más mínimo. Reí con ganas porque noté la ironía de la situación. Me sumergí en una locura frenética. Pero alcancé mi objetivo: tenerla hasta que se pudra. Era curioso porque no sabía ni su nombre... ni su edad... ni sus costumbres. Pero estaba obsecionado; alocado, y, de algún modo estúpido, me había sacado todo mi peso de ensima cuando al fín la tuve aquí. Aquí para siempre. Aquí donde nunca se moverá. Aquí. Sí. Aquí.

Notas escritas por mi, el asesino mas estúpido del mundo:
-Me deje llevar por la locura
-Maté
-Maté
-Y maté
-Y así terminé.

domingo, 3 de enero de 2010

Prefiero sanar que nunca haber sanado


Entonces en aquel momento el enano casi calvo me estaba conduciendo por un camino oscuro, aunque a lo lejos, muy a lo lejos, podía ver luces rojas y amarillentas ( supuse que estaban más allá del bosque que estaba a nuestro alrededor).
- ¿Donde vamos? -le pregunté al enano. Podría haber corrido hasta que las piernas estallen; pero que más daba. Tenía intriga, y mucha. Espero que vayamos a aquellas luces que me intrigan tanto.
Llegamos a un portón grande. No sabía ni de donde empezaba. No tuve tiempo para pensar, ya que se empezó a abrir mecánicamente, haciendo un ruido sordo. Entonces el enano me mira con certeza, con esperanza en su mirada robusta y chiquita. Di unos cuantos pasos, los suficientes para atravezar aquel portón negro de hierro. Y me sorprendí.
En realidad aquel portón no llevaba a un lugar fijo. El sendero se terminaba ahí, ya que los árboles y el espeso bosque en sí nos molestaba el paso.
Pero no por eso me sorprendí. A la entrada, vi una pila de corazones negros... algunos apenas palpitaban y algunos estaban más de un color bordó que negro.
- ¿Qué son esas cosas? -pregunté, señalando la pila de aquellos que parecían verdaderamente corazones. El enano no me contestó. Había un cartel todo reñido que contestó mi pregunta: Corazones muertos, corazones quemados y corazones con heridas que no sanan fácilmente. Supuse que los pocos corazones que palpitaban eran los heridos, los que no estan muertos.
Pero tambíen me llamó la atención la pila de otros corazones. Estos largaban un olor horrible; casi insoportable. Estos palpitaban como locos. Palpitaban como quien quiere la cosa. Palpitaban... se movían. No iba a preguntarle al enano, no me iba a contestar y su voz me empezó a intrigar. Había otro cartel, igual de reñido que el otro: Corazones vivos, corazones enamorados, corazones con vida y corazones que son dignos de ser corazones. Tendría que habermelo imaginado.
Había un tercer grupo de corazones, que fueron los que mas me llamaron la atención. Estos no estaban negros, estaban mas rojos que nunca. Pero no se movían. En más; estaba casi seguro que si los agarraba y los estrellaba contra uno de esos árboles, solamente saldría aire... Estaban totalmente huecos. Corazones vivos pero sin un fin, corazones vacíos, corazones que no sienten y corazones que probablemente nunca sentirán.
El enano seguía allí, observándome. Estaba muy cerca de el, y me di cuenta que solo me llegaba a la cintura. Podía ser muy chiquito, muy débil, pero no supuse nada. Capás que su voz era ronca y varonil. Nunca escuché su voz.

Prefiero tener un corazón muerto que un corazón completamente vacío. Prefiero tener una herida a la cual tenga que sanar a nunca tener una herida. No quiero tener aire en vez de corazón. No quiero sentir un hueco. Aquel enano si que era un genio.

sábado, 2 de enero de 2010

Un ignorante de los muchos


Es aquí donde elegir estar yo. Es lo que siempre pienso, y me lo repito en mi cuero interno siempre.
-Dime tu nombre -me dijo aquel bigotudo. Casi inmóvil me miró con una gran esperanza en sus ojos. Estaba sentado en su sillón... mirando; esperando.
-Pedro -contesté inseguro, sin saber si habia preguntado mi nombre. Era lo más lógico. -Pedro Giordano.
-Edad. Colegio.
-Tengo 16 -le dije levantando una ceja. Raro que no me pregunte la fecha de nacimiento pensé . -Pablo Sexto.
Aquel hombre, que no me empezaba a caer bien, se movió y agitó su lapiz con el que estaba escribiendo en una planilla ( la cual no logré verla en mis intentos fallidos).
-¿Sos Feliz? -me preguntó con mucho mas ímpetu de lo necesario.
Y un escalofrío me recorrió la columna vertebral. ¿ A que se refería? ¿Era en el sentido figurado de la palabra?
-Si -contesté, sin tanta seguridad.
El viejo no se percató; capas que no escuchó que le contesté. Pero descarté la posibilidad; estaba tan incómodo con aquella pregunta que la contesté rápido y fuerte. Bien fuerte.
Aquel señor me seguía mirando ( esta vez si inmóvil). Puede ser que no haya dicho lo que quería escuchar
-No -le dije. Más inseguro aún.
Pero tampoco se movió. Se quedó ahí como quien quiere la cosa. Sus labios se movieron; se abrieron como para emitir un sonido. Pero se volvieron a cerrar...inconsientemente. ¿ Estaba esperando algo?
-¿A qué se refiere con esa pregunta, señor? Con eso de feliz... -dije, con aspecto lleno de curiosidad.
Una sonrisa, una gran sonrisa, mas escalofriante que él mismo, se dibujó en su cara. ¡Acerté!


Pero cuando la seción terminó, y otro pasiente me reemplazó, me puse a pensar. Salí de aquel lugar saludando con la mano. En la calle, hacia más frío de lo que esperaba. Me puse aquella bufanda que mi viejo me regalaba en aquellos días felices, juntos con mi mamá. Aquel señor me dijo que si buscaba la palabra felicidad en un diccionario ordinario, aparecería una definición. No necesitaba un diccionario para saberlo... para sentirlo.
La felicidad es... todo... ¿no?
La felicidad es aquello que nos hace feliz. Es tan obvio pero lo que encierra la frase es tan complicado; tan complejo.
Me rendí; no sabía nada; no tenía ni idea, ni un remoto acercamiento de la palabra en sí.
Es completamente ignorante decir soy feliz , sin saber lo que eso implica y lo que significa.
Bueno... aquí, entre estas palabras que pocos leerán, me declaro completamente ignorante.