miércoles, 2 de febrero de 2011

Boquitas pintadas.

Boquitas pintadas Manuel Puig
Es la historia de amor de Juan Carlos que se da a conocer luego de su muerte a través de cartas enviadas en su más sentido pésame.
Es una historia de amor bordada por la envidia, el odio, el resentimiento y el sabotaje. El libro, muy bien recomendado, me abrió las puertas hacia la realidad actual, ya que el libro acontece en el 1930.
¿Hay alguna persona que no tenga odio? ¿Que no tenga envidia, ni de la buena? ¿Hay personas puramente buenas, en el sentido figurado de la palabra? Es difícil de saberlo. La verdad, lo dudaría. Pero al pensar pude llegar a una conclusión, quién sabe si errónea o no: todos tenemos odio, todos tenemos pena, todos tenemos rencor, todos tenemos esas cosas malas, pero lo importante sería controlarlas o acapararlas con las cosas buenas.
Pienso yo, no.Es difícil saber odiar, es un arte, dicen, eso de odiar. El ODIO en sí. ¿Cómo sabes que odias? ¿Cómo la gente sabe qué mierda es el odio?
Hay gente que dice que el amor y el odio son iguales, dos caras de la misma moneda, el día y la noche del mismo día. Si nos ponemos a pensar, si el odio y el amor están en la misma moneda, en el mismo día, es casi inevitable no equivocarse cual es cual.
¿Cómo saber qué es el odio, y qué es el amor, cuando su límite es impreciso?

Puede sonar contradictorio, pero no siento ningún indicio de odio en mi cuerpo. ¿Habrá por ahí? ¿Sentiré odio y no me doy cuenta?

Palabras del día:
-Alegría/s.
-Vida.
-Teoría. Regla. Rompan con esta, traspasen y destruyan la teoría que el amor es bueno y que el odio es malo.

Miercoles, 2 Febrero. (¡Ya Febrero!)

lunes, 31 de enero de 2011

Reliquia.

MARTES 9 DE NOVIEMBRE 1993

CONDICIONES DE ALFONSÍN PARA NEGOCIAR LA REFORMA.
Las condiciones principales para apoyar la reforma serían:
-Creación del cargo del primer ministro, designado por el presidente, pero removible por el Congreso solo por una amplísima mayoría.
-Formación de un tribunal constitucional, separado de la Corte Suprema.
-Un nuevo consejo de la magistratura analizaría la situación de los jueces.
-Pidió también el levantamiento del plebiscito.
-Lo hizo en una reunión reservada con Menem.


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CONFUSA MUERTE DE UNA TURISTA EN RÍO Tenía 31 años; hallaron su cuerpo en el cuarto de un lujoso hotel donde se alojaba.

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ROBARON OBRAS DE PICASSO Son 5 cuadros y una escultura; también se llevaron 2 cuadros de Braque; el valor de las obras sería de 80 millones de dólares; los ladrones entraron por el techo al Museo de Arte Moderno de Estocolmo.

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TODOS QUIEREN VER A LA SELECCIÓN Frente a la sede de la AFA, una mujer y un hombre tratan de reanimar a un chico que se desmayó en el tumulto que se produjo, ayer al mediodía, durante la venta de plateas para el partido con Australia. Hubo quejas por la mala organización, pero dirigentes de la AFA dijieron que los incidentes fueron provocados. Hoy se venden 24 mil populares en River, Boca y Vélez.

[Portada]


Palabras:
-Memoria.
-Olvido.

sábado, 29 de enero de 2011

Palabras cruzadas.

-¿Querés empezar?
-Para nada.
-¿Nunca tuviste la sensación de un click en tu cabeza?
-Mil veces.
-No está bueno que hayas tenido tantos.
-...
-Quiere decir que hubo mil vos.
-Hubo un par de cosas pasaron y ahí empezaron a cerrar algunas cosas. Siempre pasa.
-¿Crees en el dicho de Dime con quién andas y te diré quién eres?
-Si. ¿Vos?
-No. Pero creo que el entorno y los amigos de uno dice algo de él mismo, porque es algo que se elige.
-...
-No define la personalidad de alguien.
-¿Te gusta la electrónica?
-No, pero tampoco la odio. No la escucho en mi casa y tampoco voy a fiestas con esa música, pero reconozco algunos temas que están buenos.
-A mi me encanta, soy de ir a esas fiestas y he ido a algunas. ¿Y vos bailás cuando salís o en alguna fiesta?
-Si, cuando voy a lugares donde es para bailar. Cuando quiero algo tranqui, voy a ese tipo de lugares.
-Igual.
-¿Si un chabón chupa una pija, es puto?
-No. Hoy justamente vi una película espectacular que transcurría dentro de una cárcel y a un delincuente nuevo lo violaban. Y no por eso era puto, como tampoco los que lo violaban, era solo ganas de garchar. Ponerla, más sutil. Sueños de libertad.
-...
-¿Te consideras cursi?
-Tengo mis momentos. Por ende, sí. ¿Vos?
-Me gusta lo cursi, pero tampoco para tanto. ¿Sos romántico?
-Si, porque no soy para nada espontáneo.
-Yo soy de fijarme mucho en los detalles, en ese sentido. ¿Sos orgulloso?
-No, y lo veo bastante negativo.
-Fa, estamos en la misma. Soy de las personas que exponen su cara hasta cuando no es su problema. Doy el brazo a torcer.
-...
-¿Te enamoraste alguna vez?
-¿Qué es enamorarse? Podes querer mucho a una persona ¿Pero quién sabe cuando uno está enamorado? Si es algo que verdaderamente se siente por dentro, nunca lo sentí. Por ende, nunca me enamoré.
-Que pregunta más boluda, pero yo tampoco la verdad.
-...
-¿Sos una persona deportiva?
-Para nada.
-...
-Planes para el 2011.
-Terminar quinto y la secundaria de una vez. ¿Los tuyos?
-Empezar bien la facu y abrir otras puertas a otros planes.
-...
-Te odio.
-Perdón.

Y siguió. Y sigue.

El título, además que concuerda con una amena conversación, remite a un libro que terminé esta mañana.
Palabras cruzadas Gabriel Rolón, un psicoanalista que cuenta en su obra algunas experiencias que tuvo con algunos pacientes, cinco, en este caso.
Es increíble que la mente tenga una llave y que sea sólo cuestión de encontrarla con el tiempo. Es curioso decir que no hay que buscar esa llave. Como dice Rolón en su libro, No busques y pierdas, relaja y encuentra.

Sábado, 29 Enero

jueves, 27 de enero de 2011

Mi planta de naranja-lima.

El título hace mérito solo a un libro que terminé hace poco. Es difícil ponerle un título a algo que le pasa una persona, por eso opto por este título por qué no algo curioso. Mi planta de naranja-lima.
Uno se siente renovado, todo el tiempo se renueva. No puedo dar un ejemplo concreto, porque nada lo es. Nada es concreto, sería aburrido y no tengo ganas de que mi vida sea aburrida.
No, no lo es.
Hoy quiero resaltar una palabra; no puedo usarla en una oración, no se, es rara, es una palabra para nada concreta, de mis favoritas. Inmensidad. Una palabra que puede significar todo o nada, mucho o poco. Hoy me siento inmenso. Libre, un águila con alas capaces de volar lejos, bien lejos. Donde quisiera.
Hoy puedo ser cualquier cosa, ''...puedo ser viento, que acaricia los prados, puedo ser río para el mar, puedo ser vuelo de pájaros...'' Tremenda sensación, ¿nunca les pasó, eso de tener una inmensidad enfrente de uno, y hacer con ella lo que sea? Poder ser cualquier cosa, eso.
Algo corto para un día corto.
Palabras:
-Inmensidad.
-Eternidad.
-Significado.

sábado, 22 de enero de 2011

Vibras

Hoy dije basta. Basta de muchas cosas, un stop a los cabecillas de mi mente. Un click, un despertar. Sí, así lo quiero llamar, un despertar. Un despertar de cambios, de muchos cambios interiores. Primero, voy a dejar de escribir cuentos e historias ficticias, que me llenaban por dentro. Basta, porque ahora que carezco de facebook, vos blogcito vas a ser de gran autoayuda. Seguro que de vez en cuando un cuento voy a tirar, una flasheada de algo que soñé y digo: esto lo tengo que plasmar.
Si alguien me pregunta hoy.
-¿Qué estas haciendo?
Yo contestaré:
-Enfrentando al abismo, supongo.
Tengo todo por delante, una vida, una vida que siempre la tuve en frente pero que en estos días realicé de que tenía que hacer algo con ella. Todos tenemos un límite, y éste lo corremos a elección, para acá, para allá, de un lado a otro, y sin darnos cuenta esa línea que nos limita no existe, es sólo una cuestión que roe nuestra rutina, nuestra mente.
Una gran amiga que añoro mucho me dijo que medite. MEDITAR, una palabra mas exacta y hermosa no había. Decir meditar y no saber su contenido es como cantar una canción sin melodía, o gritar sin voz. Mi amiga, con mucha sabiduría en sus palabras me dijo:
-No hace falta pensar en negro o en blanco, o en algo plano. Pensá en algo que te relaje y que te haga feliz, no sé. Por ejemplo, yo pensé en una playa, extensa e inmensa, donde el ir y venir de las olas era un sinfín de alegrías.
¿Y a mi, qué me relaja? Que difícil, porque a cualquier persona le hes mas fácil contestar qué nos altera, que contestar lo contrario. Y yo no era la excepción.
Resumiendo, la meditación es algo que me quedó extrañamente pendiente. Primero tengo que buscar un lugar propio que me de comodidad y en el cual me sienta bien. Después, veremos.

Es muy raro escribir todo esto, nunca lo había hecho, se siente bien, supongo, y pensar que esto alguien lo va a leer. No digo mucha gente, lo dudo demasiado, pero alguien, seguro.
Antes de terminar, quiero rescatar las palabras de este texto:
-Meditación. Una técnica muy útil (¡Gracias amiga!)
-Excepción. Una palabra que nos limita (Límite/s), y que nos duele, porque es feo que te desmientan de un día para el otro que no sos la excepción, y que nunca lo fuiste.
-Límite. Algo que nos marca.
-Resumen. Y no cualquiera, si no de esos que decís Resumiendo, y termina siendo más largo aún, como en este caso.


Sábado, 22 Enero

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Una historia de luces.


Ella me dijo que el tiempo haría lo suyo con migo, que rellenaría los vacíos que quién sabe si algún día se irían a llenar. No le creí. No sé. No estaba convencido, mi interior estaba lleno de una mezcla de enojo y a la vez ternura. Pero no profundicé mucho en el tema, tenía otras cosas por las que pensar.
-Esta bien -le dije-se que vos también vas a encontrar algo.
Su mirada taciturna me dejó intranquilo.

Estaba realmente mareado. Mi luz naciente de mi pecho, mi pequeña pero poderosa luz blanca cegadora seguía prendida desde que tenía memoria. ¿Verán las otras personas sus propias luces? Espero que sí, porque eran tan curiosas... Había anaranjadas, multicolores, algunas titilaban, otras simplemente eran tenues pero con colores nítidos. Una gran variedad, pero ninguna simplemente blanca. Ninguna, todas con algo, de otro color.
Eso buscaba: una luz igual, pero igualita a la mía. Pertinente, misteriosa, simple. Eso tenía que ser la luz que estaba buscando. Pero esa luz no aparecía en ningún lugar, entonces empecé a pensar que, por qué no, la luz gemela a la mía había muerto, o desaparecido, o nunca había sido creada.
-No -me dijo ella con ojos que aunque eran confusos, me expresaron una seguridad incomparable -vas a encontrar tu luz, fuera de aquí.
Eso que ella me dijo fue lo que necesité para sacar los pasajes e irme. No, perdón. Irnos.

-Un pasaje al primer destino que tenga, en los primeros dos asientos que tenga, por favor -le dije a la vendedora qué, sorprendida, empezó a husmear en su computadora.
-El próximo colectivo partirá en media hora a...
-Deme dos.

Tendido en la cama del hotel, me puse a pensar con seriedad: las luces violetas se juntan con las luces violetas, las negras con otras negras, y así, todas con a la par de algo, todas con compañía. Pero, ¿ Y los que estas solos, los que no tienen otra luz igual, o la que no la encuentran, como yo? ¿Qué pasa con los que dudan de la existencia de su luz idéntica, como yo?
La piel de gallina me despabiló. Me dí vuelta una y otra vez de mi cama, como si aquello me trajera las respuestas de mis infinitas preguntas. Me pregunté, una vez mas, si este problema mío le pasa a muchas otras personas, o si sólo era un conflicto neurótico mío, de esos que siempre tuve a menudo. Odiaba ver a los pares de luces caminando, a esas personas de la mano con su luz naciente de su pecho, de todos colores menos blanca, obvio. ¿Y si me enamoro de una luz gris, por ejemplo? Pero que idiota, eso era. Voy a convertir una luz de otro color en blanca, la enamoraría, la mezclaría con mi luz, o, si era necesario, yo mismo me convertiría en otro color. Tal vez todas las luces de colores vívidos antes fueron colores apagados y tenues, quién sabe.
Con una sonrisa escondida en mi mirada, me levanté de la cama dispuesto a buscar esa luz. No digo el color de la luz porque realmente ya no me importa.
No hace falta que sea mi luz gemela, si no que me complemente, que haga sentir lo mejor de mi luz. Quién sabe en qué me convertiré.

Cuando mi mano izquierda estaba posada sobre la puerta de la sala, algo golpeó mi pupila, como si ondas ópticas hubieran martillado mis ojos. Por debajo de la puerta de la habitación de ella, se veía una luz. Una luz blanca.
Era muy curioso. Nunca había pensado en su luz ,en su esencia, no recordaba si realmente había tenido una antes, nunca la había visto de un modo así, y eso me sorprendió. No recordaba si era porque no prestaba atención, o porque si no quería. O porque si no podía. No importaba. Caminé desde la entrada hasta su habitación y apoyé la mano sobre su puerta. Mi plan había funcionado, ahora el tiempo haría lo suyo, como me había dicho ella antes de partir...

...y pensar que me fui hasta quién sabe donde para encontrar a algo que tenía tan cerca.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los guardaespaldas de los ciervos.


Lo tenía en la mira. No podía escaparse por nada en el mundo, era como si el ciervito colorado estuviera conectado con la mira, como si se buscaran mutuamente. Estaba inmóvil, sobre un gran tronco petrificado. Miraba al sol, se calentaba la cara, la hermosa cara que, luego de algunas horas, estaría en la chimenea del cazador. Ahí estaría, dura, mirando a la nada por siempre.
Era sólo cuestión de apretar el gatillo. Ya la mira estaba en la pierna del animal, luego se acercaría, lo ahorcaría (porque, aunque suene algo paradójico e incluso hipócrita, odiaba la sangre) y se lo llevaría al hombro, ya tieso.
Pero ocurrió algo que no estaba en sus planes. El ciervo inmóvil se sobresaltó al oír un gran bufido proveniente del bosque. El cazador también lo escuchó, estremeciéndose. El lugar perfecto de la mira se había movido, y cuando intentó volver a la posición de ataque, el ciervo ya no estaba.
Los acontecimientos que pasaron después no se podían evitar; fue una serie de eventos afortunados que terminaron en algo terrible. Por empezar, el cazador era de los convincentes, de los que no se iban a ir con las manos vacías. Y así fue. Descargó su mata animales, y corrió en busca de la cabeza del ciervo. No se iría de ese bosque hasta que la cabeza del ciervo esté entre sus manos. Ya se había imaginado el cuello largo y peludo del animal sobre su chimenea. No lo podía reemplazar.
El bosque era muy claro. Los árboles por alguna razón estaban más separados que de costumbre. El cazador, muy curioso, zigzagueó estos árboles. Pero eran comunes, bajos, espesos, verdes, llenos de vida. Volvería a ese bosque, para talarlos. En el bosque reinaba no el silencio, si no el ruido del bosque. El cazador sentía el susurrar de las hojas, el ir y venir de las ramas, las parlanchinas de las aves, que cantaban a los cuatro vientos. El cazador se daba cuenta de todo, en sentido figurado, ya que, claro, esa tarde tórrida de primavera se iría a llevar parte del bosque. Pero, más allá de la cortina de hojas que caían de los sauces, se escuchaba, a lo lejos, algo que aquel hombre no pudo distinguir, algo muy finito, lejano y hermoso.
Siguió caminando con paso vacilante. El ruido se iba poco a poco tonificando, y, a su alrededor, el bosque cambiaba. Los árboles bajos y taciturnos eran reemplazados por unos mucho mas grandes, huecos, y con ramas tan esqueléticas y altas que el cazador no pudo distinguir. Aunque estaban igual de alejados, el cazador pudo ver entre ellos, y claro que vio algo.
El ruido que al principio era algo molesto se fue tonificando hasta poder afirmar qué era. El cazador supuso que era una gran quena. Gran , porque no se escuchaba como una quena normal.
Por un momento, se olvidó del ciervo, para fortuna del animal. Sólo siguió caminando hasta llegar a un claro. Los ojos del cazador, que antes de llegar allí eran hoscos, negros casi por definición y soberbios, se convirtieron en ojos sorprendidos, con una ceja levantada y la frente llena de arrugas. El claro no estaba vacío, claro que no. Grandes chozas se habían levantado aquí y allá. Más allá del claro pudo distinguir muchas mas chozas: una tribu. Pero no era cualquier tribu. El dulce sonido de la quena, que efectivamente era eso, una quena, ahora lo sentía muy cerca, casi al costado, o, para ser más específicos, atrás de él. Se dio vuelta, y lo vio. Levantó la mirada para ver la cabeza de la bestia. Era un hombre común, pero con 3 metros demás. Un gigante. Su quena, que era tocada con tanta pasión y sentimiento, medía lo que medía el cazador. Eso lo asustó.
-¿Qué haces acá, en la tribu de los gigantes? -preguntó, dando a lugar a una voz tan grave pero a la vez tan armónica, que entró en los oídos del cazador y golpeó con fuerza los tímpanos. Pero el gigante bajó su mirada aún más y pudo divisar la escopeta.
-Vengo a... no sé. Paseaba. -se defendió el cazador.
-Claro que no, venías a cazar. ¿A nosotros? ¡Qué ingenuo!
-Pero por favor, no sabía de su existencia. Venía por un ciervo colorado.
-¿Sólo por que es mas indefenso que tú?
El gigante no esperó que el cazador responda. Soltó su quena y la apoyó contra el arbol hueco más cercano, y agarró al cazador con sólo una mano. Éste sintió como los pies dejaban la tierra, y cómo se elevaba hasta estar cara a cara con el gigante. Ojos con ojos de gigante, mirada y mirada asustada, cazador con cazador. Hedor con hedor.
-¿Cómo se sentiría la raza humana si los gigantes empezaran a atacarlos sólo por diversión? Es lo mismo, ¿no? -Preguntó el gigante.
Pero el cazador no contestó con palabras. Tenía un as bajo la manga. Sabía que tenía una navaja en la parte izquierda de su cinturón. Por eso la sacó, y se la clavó en la mano al gigante. Éste lo soltó, y el cazador calló al suelo de una gran altura, provocando un ruido sordo. Se paró como quien quiere la cosa, y empezó a correr. Mientras corría, pensaba que unos cuantos gigantes deberían estar atrás de él persiguiéndolo. Y claro que lo alcanzarían. Por eso, tomó valor y miró atrás, pero no vio nada. Se detuvo, se palpó y se dio cuenta de que no tenía ni la escopeta ni el cuchillo. Pero ese no era el quid de la cuestión. No entendía porque los pasos agigantados no iban tras él.

-¿Qué te ha pasado? -preguntó el gigante emperador de la tribu.
-Un cazador, cegado por su egoísmo, me clavó una navaja en la mano. Pero decidi dejarlo ir. Vino a cazar ciervos pero la navaja y el arma se los ha dejado acá. Nada se llevó.
-Irá a su casa, y buscara entre todas sus armas mata animales que tiene, y volverá por ellos. Estoy seguro.
-Tienes razón. El cazador es de la ciudad que está frente al bosque. Lo leí en su traje. Nosotros los gigantes, podemos ir a cazarlos, ¿verdad? Somos muchos mas fuertes que ellos -sugirió el herido, con algo de ira acumulada.
-No. ¿Cómo se te ha ocurrido eso? Nosotros tenemos más de dos dedos de frente. Los humanos como son los superiores cazan a todos los indefensos. Pero no nosotros no somos así, preferimos ver como el hombre se destruye a sí mismo. No vamos a intervenir porque somos superiores. Sería rebajarnos a su asqueroso y lamentable nivel.
El herido asintió. El emperador tenía razón, aunque siempre la había tenido. Por algo estaba en ese puesto. Por algo era emperador, el muy sabio gigante.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Crear a tu enemigo.


Las hojas secas eran el centro de atención ese día soleado, ese día que ninguna nube cobarde se animó a salir. Cobijado por las hojas marchitas, estaba un cuerpo débil, sumiso por excelencia y egoísta por definición. Pero era tan débil, sin ninguna cualidad: no tenía escamas para protegerse, ni alas para escapar, ni habilidad de irse por la tierra, ni la fiereza que tiene uno. Nada. Era sólo un humano.
El humano bebé atraía la atención de todos los animales de la selva, que pasaban y, atónitos, se detenían y se quedaban mirando al pobre bebé, al frágil, al endeble. El niño miraba para todos lados, pero no observaba, sólo fijaba la vista, corría su cabeza y la fijación cambiaba. ¿Veía? ¿Tenía aquella habilidad?
-¡Silencio!-gritó el león, el rey de la selva, el alcalde de los árboles y de la tierra. Las bocas animales callaron, y dieron lugar a una mas grave y que se hacía respetar. -No se como habrá aparecido este tipo de especie en la selva, nunca la había visto. Parece muy... vulnerable. Por eso, le concederé lo más importante para sobrevivir en esta selva impune: La fuerza. Sí, pequeño animalcito, te concederé mi fuerza, mi velocidad, mi actitud frente a la presa, el amor a la familia. Te concederé mi astucia, mis estrategias satisfactorias. Tu no me puedes dar nada, ¡Mira lo que eres!, nada, te podría agarrar con una sola garra, te mataría, lo haría. Es una muestra de mi gratitud.
Los demás animales se miraban unos a otros, creían saber lo que estaba pasando. El león enmudeció. Miró para todos lados con aspiración y anhelo, y fue ahí donde el resto se dio cuenta de lo que tenía que hacer. Una voz alta, lejana, finita como los cantos de los colibríes en las cumbres, pero sabia como la del león, se hizo escuchar.
-Te concederé mi altura, para que seas el más alto de tu rara especie, para que alcances objetos altos y para que te puedas defender de otra forma.
La voz de la jirafa fue reemplazada a pocos segundos por el ulular de un búho.
-Te daré mi vista, mi vista nocturna para que veas perfectamente de noche, para que a largas distancias puedas diferenciar las cosas. Es algo muy útil.
La boa de diez metros, también habló, creando unos escalofríos en los animales pequeños.
-Te concederé algo que todos pasan por alto, el camuflaje, es importante mezclarte con el entorno, con lo que nos rodea, y sobre todo tú, pequeño apetito.
Y así, la mayoría de los animales hablaron, dieron algo de sí, excepto los tímidos, los que eran más débiles que él. Pero luego se escuchó algo que agudizo aún más los oídos de los animales. Un aleteo de alas enormes movía la melena del león, que miraba al cielo esperando algún animal más que entregara algo.
Era el águila, un animal solitario, sabio, muy sabio, veloz, rapaz... peligroso. Una amenaza para la mayoría de los animales. Se posó en una rama lejana, cerca de la cabeza de la jirafa, en la copa más alta de los árboles.
-Han cometido un error tan grande -dijo entre dientes, con una sonrisa más que burlona, escalofriante.
-Una nueva especie -se defendió el zorro.
-¡Pero calla! -gritó el águila, furiosa. -Tendrían que haberlo pensado más de dos veces antes de hacer lo que hicieron. Le dieron sus atributos a alguien que los usará en su contra. Tú, león errante, le has dado fuerza y astucia para que se defienda. Pero yo sé que la usará para cazarte, o para cazar a cualquiera de estos animales. Tú, jirafa ignorante, le diste altura también para protegerse, pero lo único que hará será arrancar las copas de los árboles. Esa criatura sólo hará estragos aquí, dejará la selva en ruinas, se los aseguro, no se en qué han pensado.
-¿Por qué no te marchas, aguilucho? -sugirió el león -Es una nueva especie, hay que darle la bienvenida, y si ese cuerpo débil penetraba la selva, no hubiera durado nada, lo que dura un silbido entre las montañas, sólo unos segundos. Ahora vete, si no es que no quieres concederle nada.
-¡Nunca! No le entregaría nada a alguien que luego me destruirá. Me iré, no te preocupes, pero antes, león torpe, te haré una pregunta... ¿De qué sirve darle la bienvenida a alguien que, en definitiva, te cazará?
El león abrió los ojos como canicas, y no dijo nada. No dijo nada, sólo vio al águila marcharse.

-¿Qué le has dicho? -profirió el cuervo, volando junto al águila.
-Que habían creado a su propio enemigo, que habían creado al que amenazará nuestras vidas. Todo va a cambiar en unos años, ¿sabes?, la especie nueva crecerá y se aprovechará de nosotros. Se reirá en nuestras caras por haberle concedido tales poderes.
-¿Quién lo hubiera pensado, no? Nosotros somos animales y, de alguna manera, nos cuidamos entre sí, somos parte de la naturaleza. Yo sabía que algún día se iba a crear una especie animal que nos mate. Pensar que esa especie matará todo su origen. Vino de la naturaleza, al igual que nosotros, y la matará de a poco. Resulta paradójico.
-Lo es.

miércoles, 21 de julio de 2010

La duda que nunca se iría a descifrar


-Explícame eso que no lo he entendido.
-Nadie lo entiende, ni yo lo entiendo, no lo logro comprender. Algunas veces el corazón juega completamente solo, autónomo con respecto a la razón.
-Me quedé con lo de tu hermana. Pobre, pobrecita, me caía tan bien.
-Lo dices como si se hubiera muerto. Una quebradura de cadera no es sólo cuestión de meses. En fin, al enterarme lo ocurrido fui lo más rápido posible al hospital; mi hermana decidió quedarse ahí, más seguro, según ella, y eso me pareció indudable, fehaciente. En fin, aparqué el auto en la sombra de un Álamo primaveral. Empecé a correr, pero me pareció irónico. Cuánta gente entra ahí y no vuelve a salir, cuantas muertes habrán ocurrido, y yo, por una insignificante y banal quebradura, corría. ¿Sabes cuanta gente saliendo vi llorando? ¿Cuantas vidas fueron perdidas? Por eso no podría trabajar en un hospital, ¿y si la vida de alguien se me escapa de las manos? No lo soportaría. La gente allí viva con el hedor de la gente, con el peso de sus muertes.
-La gente hace lo que puede, algunas veces ni eso alcanza.
-Eso lo sé. Bueno, mi hermana estaba en el cuarto piso, el último, el J, el más tórrido en primavera y el más impávido en invierno. Decidí comprarle flores, rosas, aquellas que les podría haber dado un toque más vívido a la situación. Pero me imaginé que las flores se morirían también, y eso me resultó irónico también.
-Piensas demasiado las cosas.
-Lo sé. Cavilo demasiado, un defecto no tan menor. Devolví las flores, prefería que mueran en un lugar ajeno a la sala, no visible por mí, porque el pétalo seco es particularmente similar al marchitamiento humano, al deje de la vida. Llegué al cuarto piso, en ascensor, donde la gente se amontonaba, todas apuradas por querer llegar a sus salas, con flores. Fue ahí que realicé que el fenómeno era yo, ¿Quién iba a pensar que las flores mueren también? Las puertas se abrieron y pareció como si la amabilidad de la gente se hubiera escurrido, porque todos salieron, apurados. Salí último, y empecé a recorrer el pasillo. Fue ahí cuando la vi.
-¿A tu hermana?
-No. Antes de llegar al J, las corrientes de aire me detuvieron en la C. Era una muchacha morocha, con facciones simplemente perfectas: las comisuras de sus labios eran simples, compuestas por una tez blanca marfil, sus pestañas, que abanicaban sus párpados cerrados. Me intrigó lo que ocultaban esos párpados, todo el destello disipado de esos ojos que no importaba de que color podrían haber sido, sabía que eran hermosos. Ella era verdaderamente preciosa, perfecta,…triste. Su respiración casi no se escuchaba, el latir de su corazón no se sentía. No había nadie para preguntar qué le había pasado, solo me senté en una silla. La sentí fría, y fue así como me di cuenta que aquella silla no había sido calentada nunca, nadie se había sentado en ella, significaba que la muchacha hacía tiempo que no gozaba de compañía. Me quedé horas viéndola, apreciándola.
-Te olvidaste de tu hermana.
-Espera. Luego de dos horas me acordé el motivo de mi presencia en el hospital, mi hermana. Era tarde, tenía sueño, quería dormir para poder despertarme temprano y poder verla, tratar de despertarla, ¿Cómo?, no lo sabía. Mi hermana estaba bien, estaba viva, eso era lo que importaba. Las flores que seguro estuve a punto de regalarle estarían en la sala de otro paciente, y se morirían ahí. Ella estaba a salvo.
-¡Que egoísta!
-Lo sé, nunca dije que no lo fuera.
-¿Entonces?
-Por una semana fui al hospital todos los días. Algunos días cenaba en la sala C, la enfermera se sorprendía cada vez que me veía ahí, leyéndole, acariciándola. De vez en cuando visitaba a mi hermana, ella nunca sabría que yo iba al hospital regularmente para visitar a alguien más, eso estaba claro. Todo encajaba a la perfección, como si el destino estuviera de mi lado.
-Patético.
-¡El amor es patético! El amor te hace sentir cosas patéticas. No era amor lo de aquella muchacha, era algo más, algo más fuerte, más cínico. No podía separarme de ella. Me sentí raro cuando me di cuenta que me había enamorado de alguien inmóvil, de alguien que nunca me habló, que nunca me vio, que nunca nada. Ella no sabía de mi existencia, y me tenía ahí, presente a su lado. Eso era insólito, y yo me sentía extraño.
-¿La muchacha sigue ahí?
-No... Fue el noveno día que iba allí. No era un día cualquiera, la enfermera me había dicho que ese día podía despertar, que su rara enfermedad podía o firmar su derrota o tomar revancha y vencer los medicamentos. Eso me puso feliz, porque tenía fe. Entré a la sala C, todo estaba igual, las pequeñas ventanas iluminaban con pequeños rayos tenues la habitación, el color verde cálido se veía igual. Pero la cama estaba vacía. Nadie la ocupaba, ni ella ni otro paciente. Nadie. Nada. Una habitación vacía. Había despertado, se había ido. Eso me ponía tan feliz. Tan contento, tan vivaz por dentro.
-¿Y ahora? ¿La has contactado?
-No. Por una simple razón: la duda. Tú conoces muy bien la frase que dice que la curiosidad mató al gato. La cama vacía reflejaba dos cosas, la primera era que ella se había curado e ido, y la otra, más pavorosa aún, es que había muerto. Mira si le preguntaba a la enfermera y ella me decía que había fallecido, no lo hubiera soportado. Ni el día de hoy lo hubiera superado, ningún elixir me hubiera compuesto. Decidí quedarme con la duda. No tiene mucho sentido, pero era lo único que me quedaba. Hasta el día de hoy no sé si esa muchacha está viva o no, pero no puedo hacer otra cosa. Ya nada me quedaba, ahora la duda es la única que rellena la única luz que me queda en el corazón. Viviría con eso.
-Tu lo dijiste: No tiene sentido.
-Todo carece de sentido, nosotros somos los que nos encargamos de rellenar ese vacío de sentido, con los nuestros. Mis sentidos son algo paradójicos. Ahí tienes. Todo es patético. Mis sentidos son patéticos, por ejemplo.

viernes, 2 de julio de 2010

Otoño, invierno, primavera, verano, otoño, invierno, primavera...


Mis pies descalzos caminaban sobre las hojas secas, amarillentas y carentes de vida, desparramándolas, haciendo paso a mis pies temblorosos, inertes, sin sentido y sin ningún rumbo al cual ir, sino que caminaban. Así era mi vida, un camino que no tenía curvas, ni esquinas, ni bajadas ni subidas, ni final, era un camino recto hacia el infinito.
La gente se estremecía, erigían ese humo típico del frío de sus bocas temblorosas, del otoño ya casi invernal, pero yo no sentía nada. Las bufandas eran de colores aburridos, monótonos se podría decir, negras, blancas, grises, colores aburridos, que no llamaban la atención. Para mi, con todos los años que tengo encima, los detalles, los mínimos detalles, son importantes, todos, no dejo que nada se me escape, que nada pase sin darme cuenta.
Entre ese mejunje de colores pelmazos, había una que resaltaba, de color naranja fuerte. Su bufanda combinaba con su pelo largo, rojizo, con esas pecas regulares de su nariz. Era perfecta.Pasé por al lado, pero no le hablé, no se merecía que tal neurótico le dirigiera la palabra. Las hojas del piso habían desaparecido, ahora mis pies blancos tocaban la acera, la acera llena de hielo, pero no lo sentía, sentía como si fuera suelo. Solo suelo, pero ya estaba acostumbrado a eso.
Me dirigió una sonrisa, una que por el resto de mi vida no iba a olvidar. ¿Vida? No, diría eternidad. Una sonrisa que en el resto de mi eternidad no olvidaría.
-Te enfermarás si no tienes un abrigo, yo me estoy congelando y tengo bastante abrigo -me aconsejó, mirándome de arriba para bajo, de pies a cabeza, contemplando mi cuerpo a la intemperie. Pero, repito, no sentía nada.
-Me acostumbré, soy de un país lejano donde hace frío todo el año. Todos los años.
-¿Cómo te llamas? -sus labios formularon la pregunta como si se le saliera de la garganta, esa garganta invisible para mi.
-¿El tuyo?

Platicamos por horas, se reía de chistes que yo nunca formulé. Fuimos a un bar, algo mas cálido que andar por ahí, a la vista del cielo gris , al lado de los árboles desnudos de la plaza. En un momento, los dos nos callamos, su risa cesó y yo la mire fijo, como tratando de resolver un problema matemático en su cara. Ojala. Ojala que todo sea tan fácil como un problema matemático.
-Eres un enigma -me dijo, entrelazando sus dedos arriba de la mesa. -Hablas algo, pero no se nada de ti. No se tu nombre, siempre que trato que me lo digas dices cosas inteligentes en las que me pierdo. Eres muy buen escuchador, y que casualidad que nos hallamos encontrado allá. Eras un signo de pregunta entre todas esas bufandas.
-¿Un enigma? ¿Tengo que tomar eso como un insulto, o como un cumplido? -sabía a lo que se refería, pero quería asegurarme.
-Tómalo como quieras, pero pareces que lees las mentes de las personas, como si supieras todo, todo lo que va a ocurrir. Eso no es normal, ¿O si?
-Ojala sea un adivino. Los años que he vivido me dieron mucha sabiduría. Fe en mi mismo.
-¿Cuántos años tienes? No muchos más que los míos.
El ambiente se volvió algo tenso, como si el tiempo se hubiera ido y nosotros nos quedamos allí, cada uno mirándose a la cara de otro, los dos tratando de desatar los nudos de la conversación.
-Tengo 500 años, ¿Tú cuantos tienes?
Esperaba risas, carcajadas capaz, quizás, pero a cambio tuve unos ojos abiertos como monedas. Estupefacta, atónita, inmóvil, boquiabierta, adjetivos que podrían haberla descripto.
-¿Cómo es eso?
-No es tan difícil. Mis 500 años me hicieron aprender cosas de la gente. Todo cambia, ¿Sabes? Pero la gente, nunca, sigue siendo la misma, la misma gente ajustada a las metodologías del mundo contemporáneo. Eso me hizo entender a las personas, sus mentes, sus pensamientos, sus creencias. Todo. Eso es lo único bueno que tiene esta vida. No, vida no, eternidad. Todavía no acostumbro a decir eternidad en vez de vida. A cambio de tantos años en trascurrir, perdí mi sentido del humor, mi sensibilidad en la piel, es por eso que no tengo frío, ni calor. Extraño la sensación del frío, ni te imaginas.
-Explícate.
-La muerte decidió no hacer más su trabajo con migo. ¿Sabes? Dicen muchas cosas de la muerte, todas blasfemias, porque nadie, ni yo, sabe lo que es, lo que se siente. De alguna forma extraña, vencí a la muerte, se rindió con migo, le gané, aunque el tiro me salió por la culata, porque vivir para siempre es horrible, una vida sin fin. Todo pasa, y yo no. Conocí a miles de personas, miles de amores, miles de amigos, y todos murieron, menos yo. La vida pasa y a mi se me escapa de las manos, la gente envejece y yo sigo igual, igual que siempre. Eso es horrible. Tener que ver todos los años las hojas caer es horrible, tener más de 500 cumpleaños y que nadie lo sepa, es horrible. Todo es horrible. La eternidad es horrible.
-¿Siempre vas a ser joven y hermoso? -me preguntó sin entender el quid de la cuestión, el corazón del problema. -¿Y como puedo creerte? Cualquier persona se hubiera reído. ¿Por qué yo no?
-Toma este papel. Sé que te acordarás de mi hasta el día que estrenes tu tumba, pero, antes de ir al cielo, llámame. Verás que seré el mismo hipocondríaco que ahora, aunque algo más versátil. Te puedes ir, vete, yo sigo siendo la escoria, el mismo enfermizo neurasténico que siempre. Siempre lo seré, es como una pesadilla eterna de la cual nunca despertaré.

Siempre lo supe, siempre sería el mismo de siempre, sólo me quedaba caminar descalzo entre las hojas de otoño, esas hojas que caerán el año siguiente, y el siguiente, y así sucesivamente, una naturaleza hermosa, diría, el ir y venir de las hojas de otoño y verano, observaría las caras nuevas de la gente, caras que luego morirían y que nunca más las vería. Vería gente.
Lo hermoso es que las hojas siempre estarán ahí, en el árbol o en el suelo, pero estarán. Lo horrible es que estaría vivo para verlo.

viernes, 28 de mayo de 2010

El sinfín de las cosas.


La calle estaba clara, iluminada por los faroles que no existían, y el cielo, tan inmenso que recubría todo aquel lugar y parecía no tener fin, era blanco, blanco como la leche, y ni arrugando la frente pude divisar nubes, ni soles, ni lunas, ni estrellas, nada. Era un cielo vacío, un cielo sin compañía. ¿Era el cielo lo que iluminaba la calle?, me pregunté, en vano, no solo porque sabía que no había nadie para contestarme, sino porque no me importaba. Sólo quería andar por aquel sendero sin fines muy definidos.
Empecé.
Sentía mis piernas pesadas, como si las hubiera intercambiado con las de un gran elefante. Pasos más, pasos menos, no avanzaba, era como si aquella calle avanzaba en sentido contrario a mí, entonces yo me iba quedando en el mismo lugar, sin avanzar, sin retroceder. Pero de repente todo lo blanco se fue, fue reemplazado por una negrura espesa, espeluznante. El suave de la calle también se esfumó, y a cambio, aparecieron unas escamas... grandes escamas, color verdes pétreos. Las escamas eran tan grandes que la calle solo parecía un simple hilo al lado de una gran soga. El ambiente se tornó tétrico, y al escuchar sonidos metálicos provenientes del cielo (Que ahora era de un color morado intenso, con lunas grandes y de todos colores), empecé a caminar. Pero no era el mismo caminar que antes, ahora no me costaba caminar, en más, era como si la velocidad de mis pasos se hubiera multiplicado. Al final de la gran calle escamosa se veía niebla negra, pero entre ella pude distinguir una gran cabeza, una cabeza gacha pero con la boca abierta, y me llamó la atención los grandes colmillos de la serpiente, tan grandes como mi cuerpo en sí. Cualquiera se hubiera asustado, pero yo decidí seguir caminando...
... No por el hecho de querer morir de las peores formas que hay, si no porque estaba seguro que la serpiente no iba a devorarme, porque de lo contrario ya lo hubiera hecho. Me sentía bien, porque caminar arriba de una gran serpiente se sentía raro, algo que no se siente todos los días. Pero todo cambió. La serpiente se convirtió en arena. Arena por doquier. Del cielo que ahora se volvió blanco, llovía arena; de la tierra arenosa, brotaba aún más arena; arena por doquier. Y era como si aquella arena se acumulara a mi alrededor. Nunca pensé morir ahogado por arena, que irónico, que triste, que irónico, repetí. Que triste es morir en sí, pensé, de cualquier forma, era tristísimo. La arena se empezó a meter por mi nariz, y la sentía suave, cálida, abrasadora, candente. Y cuando pensé que la arena llegaría a mi cerebro y así lo desconectara de tiempo y espacio...
...desperté.
Las pupilas de mis ojos se contrajeron al abrir los ojos tan bruscamente. El sueño más pavoroso que tuve en mi vida, pensé. Me senté arriba de mi almohada y esperé. ¿A que amanezca? ¿A que me despierte, en el caso de que ese también sea un sueño? ¿...Qué?
-Te amo -dije a nadie en particular, aunque esperaba que alguien me respondiera. No. Esperaba que Ella me respondiera, de abajo de la cama, de al lado mío, de la oscuridad, de donde sea. Quería escuchar un yo también, pero escuche algo que cortó como cuchillos mi piel, como si la respiración se me hubiera cortado, o como si mis pulmones, por simple capricho, dejaran de cumplir su trabajo.
-Yo ya no.
Y me desperté por segunda vez, sobresaltado, sudado. La hamaca colgante de mi patio se balanceaba, con los impulsos que Ella daba contra el árbol opuesto. Miré al cielo soleado, y pude ver nubes que cuando me había dormido no estaban.
-¿Qué pasó? ¿Te desperté? -me dijo. Leía el libro de una forma preciosa, tan particular. Ella era particular, mi particular por el resto de mi vida.
-No. -dije, y limpié el sudor de mi frente con mi manga. -Sólo tuve un sueño horrible, feísimo.
-¿Qué soñaste?
-No importa qué soñé realmente, era todo ficticio. -le dije, pero no quedó muy convencida, porque su mirada expresaba curiosidad y reproche.
-¿Y entonces por qué te ves tan preocupado? -me preguntó con esos labios que habían nacido para tocar los míos, que habían nacido para hablarme tiernamente solamente a mí.
- Es que éste es el sueño del que nunca quiero despertar.

Es curioso pensar que las frases tienen siempre un doble sentido, un pro y un contra, una derecha y una izquierda, un bien y un mal. Nada es para siempre, me dijeron una vez, pero me reí. Todo es para siempre. Todo nos marca. La vida no es para siempre, me contraatacaron, y eso tuvo como respuesta mi silencio, un silencio incómodo, algo justificado.
Más allá de eso, todo es para siempre, porque todos nos deja algo, sea bueno, sea malo, pero nos deja algo. Y con el simple hecho de dejar algo en uno mismo, se convierte en algo eterno. El amor, por ejemplo, es eterno, es inmortal, vas más allá que la simple metáfora de todo nace, todo crece, todo se reproduce y todo muere. El amor es distinto. El amor no nace, si no que vive directamente.
¿Quién sabe si un día nos despertamos en un salón oscuro y nos encontremos con alguien que nos diga, tú no viviste, solo soñaste, fue el sueño más largo de toda tu vida?
-¿Entonces a qué llamamos vida -me pregunté- si todo es un sueño?
-La vida son muchos sueños seguidos, juntos, pegados, inseparables. Queda en cada uno despertarse o no -me contestó otra voz en mi cabeza.