viernes, 2 de julio de 2010

Otoño, invierno, primavera, verano, otoño, invierno, primavera...


Mis pies descalzos caminaban sobre las hojas secas, amarillentas y carentes de vida, desparramándolas, haciendo paso a mis pies temblorosos, inertes, sin sentido y sin ningún rumbo al cual ir, sino que caminaban. Así era mi vida, un camino que no tenía curvas, ni esquinas, ni bajadas ni subidas, ni final, era un camino recto hacia el infinito.
La gente se estremecía, erigían ese humo típico del frío de sus bocas temblorosas, del otoño ya casi invernal, pero yo no sentía nada. Las bufandas eran de colores aburridos, monótonos se podría decir, negras, blancas, grises, colores aburridos, que no llamaban la atención. Para mi, con todos los años que tengo encima, los detalles, los mínimos detalles, son importantes, todos, no dejo que nada se me escape, que nada pase sin darme cuenta.
Entre ese mejunje de colores pelmazos, había una que resaltaba, de color naranja fuerte. Su bufanda combinaba con su pelo largo, rojizo, con esas pecas regulares de su nariz. Era perfecta.Pasé por al lado, pero no le hablé, no se merecía que tal neurótico le dirigiera la palabra. Las hojas del piso habían desaparecido, ahora mis pies blancos tocaban la acera, la acera llena de hielo, pero no lo sentía, sentía como si fuera suelo. Solo suelo, pero ya estaba acostumbrado a eso.
Me dirigió una sonrisa, una que por el resto de mi vida no iba a olvidar. ¿Vida? No, diría eternidad. Una sonrisa que en el resto de mi eternidad no olvidaría.
-Te enfermarás si no tienes un abrigo, yo me estoy congelando y tengo bastante abrigo -me aconsejó, mirándome de arriba para bajo, de pies a cabeza, contemplando mi cuerpo a la intemperie. Pero, repito, no sentía nada.
-Me acostumbré, soy de un país lejano donde hace frío todo el año. Todos los años.
-¿Cómo te llamas? -sus labios formularon la pregunta como si se le saliera de la garganta, esa garganta invisible para mi.
-¿El tuyo?

Platicamos por horas, se reía de chistes que yo nunca formulé. Fuimos a un bar, algo mas cálido que andar por ahí, a la vista del cielo gris , al lado de los árboles desnudos de la plaza. En un momento, los dos nos callamos, su risa cesó y yo la mire fijo, como tratando de resolver un problema matemático en su cara. Ojala. Ojala que todo sea tan fácil como un problema matemático.
-Eres un enigma -me dijo, entrelazando sus dedos arriba de la mesa. -Hablas algo, pero no se nada de ti. No se tu nombre, siempre que trato que me lo digas dices cosas inteligentes en las que me pierdo. Eres muy buen escuchador, y que casualidad que nos hallamos encontrado allá. Eras un signo de pregunta entre todas esas bufandas.
-¿Un enigma? ¿Tengo que tomar eso como un insulto, o como un cumplido? -sabía a lo que se refería, pero quería asegurarme.
-Tómalo como quieras, pero pareces que lees las mentes de las personas, como si supieras todo, todo lo que va a ocurrir. Eso no es normal, ¿O si?
-Ojala sea un adivino. Los años que he vivido me dieron mucha sabiduría. Fe en mi mismo.
-¿Cuántos años tienes? No muchos más que los míos.
El ambiente se volvió algo tenso, como si el tiempo se hubiera ido y nosotros nos quedamos allí, cada uno mirándose a la cara de otro, los dos tratando de desatar los nudos de la conversación.
-Tengo 500 años, ¿Tú cuantos tienes?
Esperaba risas, carcajadas capaz, quizás, pero a cambio tuve unos ojos abiertos como monedas. Estupefacta, atónita, inmóvil, boquiabierta, adjetivos que podrían haberla descripto.
-¿Cómo es eso?
-No es tan difícil. Mis 500 años me hicieron aprender cosas de la gente. Todo cambia, ¿Sabes? Pero la gente, nunca, sigue siendo la misma, la misma gente ajustada a las metodologías del mundo contemporáneo. Eso me hizo entender a las personas, sus mentes, sus pensamientos, sus creencias. Todo. Eso es lo único bueno que tiene esta vida. No, vida no, eternidad. Todavía no acostumbro a decir eternidad en vez de vida. A cambio de tantos años en trascurrir, perdí mi sentido del humor, mi sensibilidad en la piel, es por eso que no tengo frío, ni calor. Extraño la sensación del frío, ni te imaginas.
-Explícate.
-La muerte decidió no hacer más su trabajo con migo. ¿Sabes? Dicen muchas cosas de la muerte, todas blasfemias, porque nadie, ni yo, sabe lo que es, lo que se siente. De alguna forma extraña, vencí a la muerte, se rindió con migo, le gané, aunque el tiro me salió por la culata, porque vivir para siempre es horrible, una vida sin fin. Todo pasa, y yo no. Conocí a miles de personas, miles de amores, miles de amigos, y todos murieron, menos yo. La vida pasa y a mi se me escapa de las manos, la gente envejece y yo sigo igual, igual que siempre. Eso es horrible. Tener que ver todos los años las hojas caer es horrible, tener más de 500 cumpleaños y que nadie lo sepa, es horrible. Todo es horrible. La eternidad es horrible.
-¿Siempre vas a ser joven y hermoso? -me preguntó sin entender el quid de la cuestión, el corazón del problema. -¿Y como puedo creerte? Cualquier persona se hubiera reído. ¿Por qué yo no?
-Toma este papel. Sé que te acordarás de mi hasta el día que estrenes tu tumba, pero, antes de ir al cielo, llámame. Verás que seré el mismo hipocondríaco que ahora, aunque algo más versátil. Te puedes ir, vete, yo sigo siendo la escoria, el mismo enfermizo neurasténico que siempre. Siempre lo seré, es como una pesadilla eterna de la cual nunca despertaré.

Siempre lo supe, siempre sería el mismo de siempre, sólo me quedaba caminar descalzo entre las hojas de otoño, esas hojas que caerán el año siguiente, y el siguiente, y así sucesivamente, una naturaleza hermosa, diría, el ir y venir de las hojas de otoño y verano, observaría las caras nuevas de la gente, caras que luego morirían y que nunca más las vería. Vería gente.
Lo hermoso es que las hojas siempre estarán ahí, en el árbol o en el suelo, pero estarán. Lo horrible es que estaría vivo para verlo.

1 comentario:

  1. me queres decir como sos taaan colgado y escribir tan bien pedro jaja
    bueno aunque no me respondas para ir al cine sabes que? yo te quiero igual
    besote y que no decaiga el blog

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