sábado, 27 de marzo de 2010

''Vi arena por doquier -me dijo, con ojos exuberantes y pródigos.''


Muy vulgar decir: a ti te escogí, a ti te abro la puerta, te deje pasar y la cerré cuando entraste a mi vida, para siempre. Lo cierto es, desafortunadamente, que no acostumbro a abrir mi corazón, aquel aparato lleno de sentimientos, aquellos que solo Dios sabe como se usan, como controlarlos, como evadirlos. Y no lo abro porque no quiero, si no porque no se como se hace, ni como se siente ni como se cierra aquella puerta.
Te abriré las puertas de mi mente, si de algo te sirve, si le das la importancia necesaria para pasar a un laberinto sin salida, a un bosque denso, con animales exóticos y plantas inexistentes, a mi propio mar muerto, sin vida. Sí, aquel era mi cerebro.
Pasá.
-Es verdad, tu mente es un laberinto -me dijo la primer persona. Tenía toda la razón del mundo, de eso no había duda. Un laberinto, con trampas que él mismo ingeniaba, y en las que yo caía siempre, sin aprender nunca en qué lugar preciso estaban. Un laberinto donde no conozco pasadizo alguno, donde quién sabe donde esta la salida; las puertas salvadoras no existían, estaría en aquella pesadilla para siempre, en un lugar donde no encontraría nada, cegado por la oscuridad de noche. El laberinto más difícil en el que he estado, y en el que tuve dieciséis años para poder salir de él, y encontrar la salida, victorioso. Hoy en día, sigo buscando aquella salida. Quizás no exista, quizás todo aquello no exista, quizás era todo producto de mi imaginación, también cegada por aquella tortura. Sea lo que fuese, me carcome la cabeza, día a día.
Sorprendida, la segunda persona me miró con ojos abiertos como platos, ¿Acaso por el desconcierto? ¿Acaso por la confusión?
-Sin palabras... El bosque más raro que he visto en mi vida.
¿Bosque? ¿Raro?
Era curioso pensar que aquellos factores, tanto el estúpido laberinto como el maldito bosque me identifiquen tanto. El bosque no representaba ni más ni menos la sorpresa, algo que no es ni positivo ni negativo, si no, digamos, neutro. En aquel bosque ni yo, creador de todo aquello imaginario, sabía lo que me encontraría. A simple vista, era verde, con árboles con copas bien altas, rascando el cielo raso y desparramando las nubes violetas. Al internarte en él, podías ver aves coloridas, que representaban alegría y felicidad, pantanos por doquier, representando tristeza, y arena, en abundancia, que, sin dudas, representaba confusión, algo que caracteriza el bosque. La arena, algo tan simple en la playa se convierte tan abstracto. ¿Para que sirve? A mucha gente le gusta, a otra no, la arena es algo que esta ahí, esperando para meterse entre nuestros pies, sin un fin afable.
Por las noches, en mi exótico bosque, llovía arena, y ahogaba las aves coloridas, las copas de los árboles, el bosque en sí, sofocando los lagos anaranjados, que representaban la valentía, y los cuervos negros, que representaban miedo.
Arena, no te quiero en mi vida, extínguete, pensé. Pero era inútil, era algo que nació, creció y se desarrolló con migo, para quedarse allí para siempre.
Esperaba que la tercera persona me diga que había visto un mar negro, lleno de curiosidad, pero no. Vio un cielo, con el sol poniente.
Me sorprendí, nunca antes lo había visto, y no pude interpretar ni captar de qué se trataba aquel sol, cuál era su señal, su objetivo oculto, su cógido no descifrado
-¿Esperanza? -me dijo la tercer persona, poblando su frente de arrugas, alzando los ojos y mirándome, como si yo pudiera contestarle. Supuse que era esperanza, la luz que combatía los males, algo que luchaba contra las más grandes tormentas de arena, intentando salir del laberinto e intentando nadar en el mar negro.

sábado, 13 de marzo de 2010

El otro sentido de las lágrimas.



-Te amo -le dije, por milésima vez. Enredé sus dedos cálidos y hermosos con los míos, gélidos y carentes de vida. Nuestras manos siempre fueron complementarias, al igual que nosotros mismos, ya que habíamos nacido para estar juntos, juntos para siempre; pero en la forma en la que su palma de su mano tocó la mía, noté que algo no estaba en el lugar que tendría que estar. Estaba todo desordenado, y eso no me gustaba.
-No te puedes ir -le musité, con las fuerzas que me quedaban.
Pestañeó con fuerza, y dejó sus ojos cerrados por una fracción de segundos, la más larga de toda mi vida. Trató de separarse de mis manos, pero no pudo, las tenía prisioneras ¿Y es que acaso aquel momento no podía durar para siempre? Simplemente, quería estar cautivo con ella toda una vida, y, en el caso de que tenga una segunda vida, me gustaría disfrutarla con ella también.
Y así todas mis vidas posibles.
-Sabes por qué me tengo que ir -me dijo, y sus palabras cortaron como cuchillas mi piel, mi piel escasa de existencia, sin sentido ahora. Negué con la cabeza, como si eso sirviera, como si eso lo impidiera, y ella, con sus facciones perfectas, me imitó, negando también, mirando a ambos lados...
...Y fue en ese preciso momento que ya nada importaba; haga lo que haga, se iría, para siempre quizás, daba igual. No podía separarme de ella, como a una abeja no la pueden separar del polen de las flores, o como a un drogadicto no le pueden sacar su mejunje diario de un día así porque sí.
Los túneles de mi mente se fueron oscureciendo, los rincones de mi corazón fueron desapareciendo, tal vez para siempre, ¿Quién sabe?, ¿Quién no?, ya que todos esos nidos se habían llenado con ese amor que me había dado ella. Nunca lo olvidaría, no me lo permitiría.
Milagrosamente, ella soltó sus manos con las mías, y no estoy seguro si fue porque realmente ella quería librarse, o si, contrariamente, yo la dejé ir.
-Te amo -le repetí.

-Yo aún más -me dijo, con sus ojos llenos de lágrimas, aunque ninguna de ellas se deslizó por sus mejillas.

-No te vayas -le imploré, y me di cuenta, rápidamente, que ningún elixir me compondría luego de eso. Estaría mal, de por vida, absurda e incompetentemente.

-Sabes que siempre te amaré -me confesó. Miró al cielo soleado, y ni el sol, tan perfecto y caluroso, tenía gracia ese día. Para mi, aquel día era uno completamente gris, en todo sentido.
Fue ella la que luego tomó mis manos y dijo, inesperadamente, algo que encendió las galerías llenas de penumbra, como si una pequeña luciérnaga hubiera entrado en mi cabeza. Una pequeña luz:
-Siempre ocuparás una parte de mí. Una parte de mi corazón.

Mis ojos imitaron los suyos, con lágrimas mas gordas, con lágrimas que quedarán absorbidas eternamente...
...Y fue así como me di cuenta que aquellas lágrimas eran las lágrimas más hermosas de toda mi vida.

Cuando la vi partir, cuando me dio la espalda, no fue tan doloroso como pensaba. Sus lágrimas provocaron un ardor en sus ojos, un brío en sus vistas, en cambio, en los míos, los sollozos seguían ahí, en el iris, nublándome la vista por momentos. ¿De que eran esas lágrimas? ¿Tristeza? ¿Añoro? Un conjunto, diría, sumando la felicidad, ya que, según ella, siempre estaré en su corazón, siempre seré una parte de ella, siempre me amará... Y podría vivir con ello.
Las lágrimas se hicieron para expresar emociones, pensé, y, en mi caso, expresaba algo de desconcierto, como si, luego de su triste partida, me sintiera feliz.
No estaba feliz, eso quedaba explícito. Pero pensar que mis lágrimas tenían algo de felicidad, me emocionó; pensar que había dado vuelta el sentido de las lágrimas, iluminó la poca felicidad que tenía mi cuerpo.
No eran lágrimas desperdiciadas, eran lágrimas hermosas. Las más hermosas de toda mi vida.

sábado, 6 de marzo de 2010

La gente decidió irse. La gente decidió partir. La gente decidió esconderse


Cuando me desperté aquella mañana, me di cuenta desde un principio, que no iba a ser un día cualquiera, un día ordinario. Me paré y estuve allí mucho tiempo, vacilante como nunca lo había estado un hombre recién levantado, un hombre que, en definitiva, comienza un nuevo día, una misma rutina. Logré pararme y caminar hacia la ventana, miré hacia abajo, hacía arriba y hacía el cielo. Éste estaba lívido, sin un color definido. Las nubes se concentraban en los costados, al margen del contorno del cielo, creando un circulo celeste, como un aro. Algunas nubes eran lo bastante espesas como para crear sombra, y otras, desafortunadamente, eran débiles, incapaces de producir oscuridad alguna, pero muy propensas a ser llevadas por el viento, aunque sabía que aquel día esas nubes se quedarían allí, ya que no había ninguna brisa, ningún leve movimiento de ráfaga. Nada. Ni el sol, impotente con sus rayos, se animó a salir ese día. Estaba bien escondido, en un lugar más allá de las nubes, más allá de lo visible. Sol, ¡Ilumina las calles! pensé, pero fue inútil.
Salí a la vereda. El ambiente estaba apagado, al igual que el cielo, al igual que la ciudad. El pronostico no podría haber definido aquel día; no estaba soleado, no había sol, no estaba nublado, nubes más nubes menos, no era lluvioso, ni tormentoso. Era, por definición, inestable.
Las calles se encontraban prácticamente vacías, poca gente caminaba, gente indecisa, desconfiada y supe de que se trataba, como sabe una abeja que tiene que buscar polen en diversas flores.
Pasé por enfrente de un local, un kiosco, diría y, aunque estaba abierto, nadie se encontraba allí. Nadie atendiendo, nadie comprando. Me permití, como hacemos los humanos diariamente, tomar un diario, solamente para verificar lo del pronóstico. La primera plana tampoco tenía muchas noticias que dar, claro, en un año tan crítico como el 2012, ¿Quién pondría noticias? ¿Quién las contaría? El fin del mundo, o, más bien, el fin de nuestro mundo, se acercaba precipitadamente, y la gente, ignorante por sobra, pensaba que, con el simple hecho de quedarse en casa, se podría salvar de aquella muerte y todos saben, en lo más profundo de sus cerebros, que nadie escapa de ella, aunque quieran.
¿La muerte? ¿Acaso existía algún significado lógico para aquello? Es algo tan curioso para algunos, tan estremecedor para otros y, en mayoría, temeraria.
Seguí caminando, como una persona cualquiera que camina un lunes por la mañana. Aquel día era diferente, claro, todos iríamos al cielo (o, según creencias, iríamos algunos al cielo y otros, como dicen, al infierno) de algún modo, y me pregunté de que forma el mundo deparará nuestro destino.
Llegué a una plaza, también carente de color y gente, carente de personas y vida, ya que parecía que hasta las aves e insectos se habían enterado que tal cosa iba a suceder, excepto, por lo que vi, un perro. Un lindo perro. Movía la cola, mirándome, como si fuera comestible, como si fuera un aperitivo.
-Tú no tienes miedo -le susurré, esperando, absurdamente, una respuesta. Él me sacó la lengua y se sentó. Pude ver sus costillas muy notorias; no había indicio de carne, solo eran huesos, cubiertos por una piel, y a la vez por pelo color marrón claro. ¿Era una señal? ¿Nos íbamos a morir todos de hambruna por el miedo?
El temor gobernaba las mentes, las calles, las casas... el mundo. ¿Y acaso el temor nos iba a hacer morir de hambre? ¿Si aquel día de octubre del 2012 no iríamos a morir todos, la gente se quedaría esperando hasta que pase? ¿O saldría? Y no pude responderme. La mente de un humano es tan compleja, tan impredecible, astuta en algunos sentidos, pero tan dormida, como si fuera sumisa.
Me quedé sentado allí, en el pasto, solamente con el perro, esperando aquel fin de capítulo, aquel fin de una humanidad que se equivocó y que no pudo aprovechar satisfactoriamente lo que la naturaleza nos dio. ¿Y es que acaso fuimos tan malos como para tener aquel final, aquella conclución?

La noche pasó, y nada sucedió, excepto por el perro, que se fue, a buscar comida, quizás, a buscar un techo, tal vez. Las nubes se juntaron, se nublaron y rompieron a llover, regando los pastos, las copas de los árboles.
Nada había ocurrido aquel día, ahora solo había que esperar que la gente, en definitiva, se de cuenta, y que reaccionen como tienen que reaccionar, aunque esperaba que todos se den cuenta que no existe tal cosa, aunque, claro, cualquiera me podría contradecir.
Que pase lo que tenga que pasar. Todo estará bien pensé.