
Nadaba entre los espíritus negros, los fantasmas de los que alguna vez estuvieron enamorados, entre los corazones rotos y despedazados... ¿despedazados de amor? ¿Quién sabe?; me encontraba en un río de sangre púrpura, proveniente, ni más ni menos, de los corazones, rotos y fracturados, y me pregunté que habrá pasado y, quién sabe porqué, la palabra traición apareció en mi cabeza.
¿Corazones? Me atrevía a llamarlos así. Forma de aquello no tenían, pero no porque nunca lo fueron, si no porque cambiaron, de alguna forma u otra. ¿Acaso un corazón roto se convierte en otra cosa? Diría que sí, ¿No? Nunca le desearía a nadie tener aquella sensación hueca, aquella sensación que se siente al tener un corazón roto. Claro, que aquel se puede sanar, con tiempo y paciencia, dos virtudes que casi nadie goza, y dos virtudes de las que, actualmente, se necesita, y mucho, mucho más de lo que la gente piensa, incluso yo.
Pero, luego de la brazada número cuarenta, alejando de mi los restos de lo que una vez fueron corazones, me di cuenta que no estaba solo, había mas gente allí, muchachas y muchachos, niños y niñas, adultos y gente con ya edad, y no estaba muy seguro si tendrán, o no, más idea que yo de aquel río místico, púrpura y lleno de lo que, a simple vista, parecen sesos.
-Ché, vos... -le dije a una chica que andaba vagando igual que yo, también haciendo brazadas. Pude ver, en su rostro, que no sabía, igual que yo, porque estaba allí. -¿Qué hacemos aquí?
Su rubia cabellera bailoteó en sus hombros cuando movió su cabeza para ambos lados, señalando en sus ojos que tampoco tenía idea de porqué estaba allí. Pero el hecho de que me encuentre ahí era, además de curioso e intrigante, muy perturbador. ¿Habrá, muy en el fondo, una señal?
-Sé porque estoy aquí, lo que no sé es cómo llegué aquí -afirmó la muchacha, abriendo los ojos como monedas, y éstos, más hermosos que nunca, fueron como reflectores celestes, entre toda aquella agua color carmesí.
-Si se puede saber... -le dije, poblando mi frente de arrugas.
-Me peleé con mi novio.
Noté como la situación se tornó absurda cuando habló, pero, particularmente, no me reí, y tampoco hice algún desdén de burla, ni mucho menos. Mi cara, que rebelaba confusión mezclada con un poco de pánico, ahuyentó a la chica que, luego de un giro de cabeza, desapareció, haciéndome oler su fragancia a pera con un extra de frutilla. Qué delicia.
Claro. Estaba bien claro que aquel río quería decirme algo, pero el problema no era ese, era, sobre todo, que no encontraba qué quería decirme en verdad; reconciliación, quizás, empezar algo, tal vez.
Yo ya no nadaba, aquella corriente espesa me hacía avanzar, y era inútil que me resista, porque aquella correntada era fuerte, pero, en lo más íntimo de mi corazón, tenía ganas de que el agua me transmita aquel mensaje oculto. ¿Qué más daba? De repente, el rojo del agua empezó a desaparecer, mezclándose con agua normal, y las figuras e intestinos a mi lado empezaron a quedar atrás, allá lejos. ¿Es que ahora estaba en un río de verdad? Pues no, pude vislumbrar grandes piedras en el fondo, bien en el fondo. Tome una.
Y me di cuenta que no era una piedra, era una roca con forma de corazón, igual a todas las del fondo. Y aquella señal fue la que me hizo entender todo, y me estremecí, al pensar que capaz aquel río no tenía toda la razón del mundo.
Ni con más ni con menos palabras, aquel río me decía: Ey, despertate, ¡JUGATELA!
Claro, aquellos corazones despedazados eran los que si se habían arriesgado y los que sí, de alguna forma u otra, se la habían jugado. Pero, como es lógico, fracasaron, por eso se encontraban en aquel arroyo; supuse que, después de un tiempo, se iban a recuperar, o eso pensaba. La conexión que encontré me hizo entender otra cosa, mucho más adversa. Aquellos corazones nos representaban a cada uno, y aquel río era, sin duda, la vida misma, esa con una correntada tan fuerte que te lleva y no te das cuenta, esa que, si no la remas, quedás en el fondo, como aquellos corazones rocosos. Claro, tenía que ser eso y, además, tenía sentido.
Los otros corazones, más escalofriantes aún, eran esos que no se animaban y los que se quedaban en su lugar, pensando, sobre todo, que estaban bien sin jugársela, y me pregunté, luego de un rato de pensar, si aquellos corazones de piedra eran parecidos al mío...
... la respuesta no me agradó en absoluto.
me envidia -de la buena- tu imaginacion, matias
ResponderEliminarMe gusta muchooo (:, maajo
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