
Me quedé paralizado ante la idea que, cruzando la puerta de madera color verde pálido, me encontraría con alguien que me analizaría la mente e intentaría de archivarla ( a lo que nunca le tuve fe). No le tenía miedo al hecho de que confese mis más secretos íntimos; le tenía pánico a la idea de que pregunte algo inteligente, lo cual no pueda responderle. Quedaría como un estúpido, de esos que pagan un psicólogo y no contestan lo que preguntan. Ese era yo.
Hice un paso y giré el picaporte, pensando que probablemente tendría que haber tocado la puerta, en vez de pasar como quien quiere la cosa.
-Oh -dijo, como especie de saludo misterioso. Sentado en una esquina en el medio de la penumbra, estaba él mismo, el mismo que me habia preguntado Si era feliz ( a la cual no pude responderle como una persona cuerda). Pero antes de golpear con fuerza la puerta de mi auto, me juré a mi mismo que le respondería todo rápido y conciso. -Eres tan puntual.
Me senté en un sillón, y pude escuchar el roce de la punta de su lápiz en el papel. ¿Acaso pudo notar algo con el hecho de que me sentara sin decir ni una palabra? Me estremecí al pensar qué cosas podría haber estado anotando en esa libreta que deseaba tener en manos.
La cuestión empezó bien. Más que bien para mi. Las preguntas las pude contestar rápida y brevemente. ¿Haz tenido algunos golpes de presión? ¿Tienes pesadillas o sueñas lindo? ¿Estás enamorado? En esta última, le contesté muy breve con un rotundo No. Pero al ver la facción en su cara, me di cuenta que necesitaba explayarme... y lo hice. Y fue efectivo. Ví el lápiz bailar sobre el papel y deseé otra vez poder pararme y leer, leer y leer.
La aguja del reloj que indicaba los minutos se movió de dirección muchas veces y pude notar que había pasado mucho tiempo allí. Estaría por acabar.
De alguna forma misteriosa, no quería que eso suceda.
Aunque hablé, no me sentía aliviado. No me sentía liviano. Me sentía igual o peor que cuando entré. ¿Qué estaba pasando?
-Bueno -dijo, con ganas de terminar la seción. Pestañé con fuerza, y no abrí los ojos. Era extraño, porque siempre aquel hombre sonreía cuando terminaba. Se sentía satisfecho, igual o más que yo. En esa ocación no era así. Estabamos a la par. -¿Tienes algo que agregar?
Y dio en el blanco.
Sí.
No le dije nada. No podía. ¿Si tenía algo que agregar? Pues tenía. Tenía todas esas cosas que el no me preguntó, y que de seguro que no se le imaginaron. Mi niñez, por decir.
Intenté convertirme en un fantasma e irme dieciseis años atrás, cuando nací, cuando mi mamá me dió a Luz. Y pude transformarme en mi mente. Veía a mi vieja feliz, claro, su primer hijo. Veía a todos felices, a mis tíos, a mis abuelos, a mi papá. A todos. Pude ver la felicidad en sus ojos, en su rostro... Eso era algo muy lindo, muy real, algo que, desafortunadamente, yo no recordaba, lógicamente. Pero sé que existió, con eso podré vivir. De eso, y entre otras cosas, no me había preguntado el bigotudo.
Luego vino la parte fea, que, en algún momento, tenía que llegar. Pero de las cosas malas que no me quiero acordar, me las acuerdo. Perfectamente.
Eran épocas donde pensé que todo iba bien, donde tenía una familia chica y feliz y donde yo creía mi mundo diminuto, perfecto, placentero, alegre y eficaz. Pero fue ese año donde, quién sabe el motivo, mi papá se fue de la casa, viviendo en un lugar lejano. Se fue. Si, a recrear su vida. Antes, no entendía el motivo, como no entendía como una persona tan mala podía irse así, de un día en el que pensaba que estaba todo bien, al otro. Ahora si.
Y despues todo fue a la normalidad. Me sentía bien un día. Mal otro. Alegre otro. Y así. Una segidilla de años que no tenía intención de recordar, como tampoco de olvidar. Daba igual que esten allí, en un nico de mi mente, bien arrinconados . Eran tiempos de locos, si. Si que lo eran. Pero siempre con el mismo eje desde chico, ¿No?. Ser Correcto.
¿ Y ahora? ¿Ahora qué? ¿Era infeliz? Para nada. ¿Pero que sabemos nosotros los humanos cuando llegamos a la felicidad...? Yo me siento lleno de felicidad. Sí. Una copa llena de gotas de felicidad, con algunas gotitas de dolor, de pena, de culpa, de estupidez. Pero esas gotas no se comparaban con las otras. Definitivamente.
Y pasé mucho rato allí, divagando por mi cerebro como si estubiera solo en la sala, como si estubiera solo tumbado en mi cama. Hasta yo pude notar los cambios en mi cara a medida que avanzaba con la línea de mi vida no tan fructífera: Felicidad. Dolor. Hoy.
Ahora sí veía la sonrisa del viejo, dejando a la vista sus dientes grandes, afilados y relativamente blancos. ¿Eso esperaba? ¿Que me pusiera a pensar? Me reí para mis interiores. Me puse a pensar que era muy probable que tenga ese don de leer la mente. Sea un adivino o no, era muy eficaz y escalofriante. Mucho más escalofriante.
Sin duda, volvería al día siguiente.