
Allí estaba yo; intenso, con una locura a la máxima potencia, insólito y hasta me definiría estupido. El cielo estaba gris ya que el sol no se animó a salir ese día. Me vendría una buena taza de café con galletas.
Tome el café con sigilo y con la mayor calma; estaba inundado de pensamientos que tiene la gente loca, como yo. ¿Gente loca? No. Gente insolente. Gente totalmente perdida de su eje. Al lado de la diminuta pero deliciosa tacita de café habia una galleta, de esas que adentro tenían un mensaje. Aquellas galletas de la suerte. La partía al dos, y el sonido crocante me abrió el apetito. Aquella premicia decía: Que la obseción no te controle ni en lo más mínimo. ¿Pero que era eso? No estaba para leer esas idioteces. Primero me reí dandome cuenta que la gente me miraba. Después me enojé con el estúpido que no tenía vida, el que escribia en aquellas galletas de la suerte. Idiota.
Pero aquel intervalo no me iba a impedir nada; no. No lo iba a permitir. No quería pensar en el café por que la ira me destrozaba la cara. Pasé por enfrente del cementerio donde siempre había un grupo de gente llorando ( algunas veces pasaba y la gente decía esas barbaridades que yo siempre pienso). Me quedé tenso. Inmóvil. No quería pestañar porque no quería perderme a aquella figura de pelo negro, de contextura perfecta, de ojos llorosos... estaba tan triste. Y eso me ponía triste a mi. Pasé con las manos en el bolsillo de mi saco. ¡Qué hermosa que era! Estaba en las manos de un señor grande. Ella lloraba y lloraba. Cualquier persona normal se hubiera preguntado que ser tan querido se habría muerto. Pero yo no soy así. Soy intrépido y tan egoísta que no me importaba quien había muerto... me importaba solamente verla una vez más.
Pasó una semana y todavía seguía pensando en esa silueta perfecta. Pero no esperaría más... ese día la vería... de vuelta... en el mismo lugar sombrío. El cementerio. Pasé por allí como si nada. Ella seguía llorando. Pero ahora no estaba en las manos del señor... obvio que no... a ese señor lo había mutilado. Lo había matado con tal de verla de vuelta... con tal de ver sus facciones perfectas. ¡Que enfermo asesino! Me diría cualquier persona normal. Menos mal que no tenía a nadie que me lo dijiera.
Asesiné y asesiné a medida que veía a aquella mujer en las manos de una persona. Hasta que una mañana la vi destrosada. Seguramente se pregunta porque todos mueren. Que curioso era pensar que yo tenía la respuesta a aquella pregunta. Necesitaba matar a gente para verla del otro lado de la reja del cementerio. No me registraba. Pero mejor, así no me declaraba sospechoso de tal hecho. Pero esa mañana estaba sentada en una silla, con la cabeza entre sus delicadas manos. ¿A quién tenía que matar para verle la cara de vuelta?
Pero entonces me sobresalté cuando una idea muy oscura se me ocurrió. ¡Que mente tan podrida que tengo! ¡Que...perverso!
No sabía a quién tenía que mutilar para verla de vuelta. Pero la respuesta estaba en frente de mis ojos: tenía que matarla a ella. Y así podría verla todos los días, cuando quiera... era lo mejor. Me animé... salté... grité y los pocos que quedaban en el cementerio me miraron desde el otro lado.
-¿Qué? -les dije de mala gana. Me dominó la ira... el pudor... tenía ganas de poder verla cuando tenga ganas... tiesa. Sonreí y me imagine una de esas sonrisas sombrias.
Y luego de dos semanas la pude ver en el sótano lúgubre de mi casa. Estaba ahí, largando un olor asqueroso. Pero no me importaba. Tenía un aspecto hermoso, aunque hubiera estado muerta. Sí. La mate. La ahorqué, y fue muy inteligente, porque no la manché con sangre. Estaba ahí, en frente de la cama donde ella estaba tirada... y muerta. Metí la mano en mi saco negro y pude tantear algo. Era aquel papel estúpido de mi galleta de la fortuna. ¿Qué fortuna tenía eso? Aunque lo había leído una vez... lo hice de vuelta: Que la obseción no te controle ni en lo más mínimo. Reí con ganas porque noté la ironía de la situación. Me sumergí en una locura frenética. Pero alcancé mi objetivo: tenerla hasta que se pudra. Era curioso porque no sabía ni su nombre... ni su edad... ni sus costumbres. Pero estaba obsecionado; alocado, y, de algún modo estúpido, me había sacado todo mi peso de ensima cuando al fín la tuve aquí. Aquí para siempre. Aquí donde nunca se moverá. Aquí. Sí. Aquí.
Notas escritas por mi, el asesino mas estúpido del mundo:
-Me deje llevar por la locura
-Maté
-Maté
-Y maté
-Y así terminé.
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