
El ruido del motor del auto ya lo había incorporado hace rato, dejando atrás otros ruidos comunes, como el golpeteo de las gotas que caían esa tarde, como mi respiración regular y como los bocinazos de los autos, junto a esas palabras que mi mamá me decía que no dijiera nunca.
Pero estaba bueno tener aquel tiempo en el auto, para pensar... reflexionar o simplemente para dejar de escuchar voces; esas voces que a nadie les importa, como la de tu jefe, como la de los comerciantes o como de la chica que se rie sola en la radio (la cual estaba apagada). Pero no tuve mucho tiempo para nadar en mi cerebro; algo me llamó la atención, y yo no soy de esos que se sorprenden por muchas cosas... En una esquina, no tan transitada como de costumbre, se encontraba un viejo (no tan viejo) aunque le daba unos cincuenta... o cintuenta y cinco. Pero no fue eso lo que percató mi vista e interrumpió mi tranquilidad, si no que tenía un cartel en la mano escrito, por lo que pude ver, con un ladrillo sobre un cartón. Era casi ilegible, pero frunciendo los ojos y poblando mi frente de arrugas, pude decifrarlo. Y lo pude ver bien claro. Esperando sin perder esperanza.
Estacioné en un lugar cercano; con suerte, encontré lugar en frente de aquel viejo reñido con la barba casi hasta el pecho. Giré la llave y aquel ruido que ya había incorporado desapareció, provocando que el ruido de la lluvia se haga mas intenso.
-¿Puedo ayudarlo? -le dije, como si aquella vereda fuera mía. Luego de preguntarle me sentí estúpido por tener la respuesta en frente de mis narices -¿Qué esta esperando, señor? -intentaba ser amable, lo más afable posible, pero yo se (y reflexioné en mi fuero interno) que si alguien me hubiera preguntado lo mismo, no hubiera sido tan amable mi respuesta.
-Espero. -me dijo con una voz no tan rasposa como la esperaba.
-¿Qué espera exactamente, señor? -le dije, y me avergonzé porque no me había puesto a pensar que tal vez no era tan viejo como pensaba.
-El amor. -me dijo. Y me dieron ganas de reírme. No hice sumergir la risa en mi cara, pero estaba más que seguro que una mueca de burla se dibujó en la misma. Era inevitable. Tan inevitable que aquél viejo lo percató y añadió -a mi esposa, no se.
-¿Qué ha pasado, señor? ¿Quiere que tomemos algo, señ...?
-No. -dije tajante. -Nos peleamos y quedamos en encontrarnos acá -dijo recorriendo la esquina entera con la mirada. -Hace tres años...
Y sí. Si antes pude contenerme de la risa fue un milagro, pero dos milagros en un mismo dia... no creo que hubiera ocurrido. Me heche a reir. Y no sabía si las gotas de mi cara eran de la lluvia, de sudor o de la risa que produjo aquel viejo... ridículo.
Me subí al auto, y con otro giro de llave el ruido de la lluvia bajó de volumen. Y me avergoncé ¿Qué derecho tenía yo, que soy uno más de este mundo, al reirme así, a entrometerme, y a andar indagando por ahí...?
Me sentí muy minusculo, pero tampoco tenía las suficientes agallas como para volver y pedirle... perdón.
Mi cabeza estaba muy turbia, y ya no había sonido alguno. Aquel viejo y aquel cartel reemplazaron todo. Era verdad que era ridiculo esperar ahí durante tres años con la esperanza de que ella vuelva. Era absurdo. Pero lo absurdo no deja de ser inteligente. El viejo esperaba... pero por lo menos esperaba. Su esposa (o ex esposa) tal vez se fue lejos, muy lejos ,antes de encontrarse. Se acobardó. Pero de lo que estoy seguro es que cuando el viejo llegó a esa esquina, hace tres años, y vió que su esposa no llegaba, no se puso triste. Él esperó. No creo que ni todo este tiempo, ni ahora, se sintiera desilucionado, ya que piensa que va a volver. Tiene la esperanza de que algún día aquella mujer llege a esa esquina. Me pude imaginar las lágrimas en los ojos del viejo... de felicidad.
¿Será de ignorante? ¿De alguien sin vida? ¿Absurdo? Puede ser... Es amor. Pensé, y me estremecí al pensar en el gran significado de esa gran palabra.
-Sí -me dije con seguridad a mí mismo. Sí repetí en mi cabeza. ¡Eso es amor!... y me volví a entremecer.
Pero luego de unos días me desperté en una noche muy tibia.
Y ese sueño me dijo que el amor no se espera...
El amor no se espera porque nunca va a llegar... No. Nunca llega
Pero nunca llega porque nunca se fue. Nunca se va.
Es algo que nace, crece, vive, sufre y muere con nosotros.
Sí.
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