
Mi cuerpo desnudo se arqueaba, se estremecía, impulsado por el frío insoportable de aquella noche. La luz de la luna rebotaba en las masas de agua, pero era absorbida por la arena mojada. Yo la contemplaba, la escuchaba, la sentía en mis venas, en lo más profundo de mi corazón.
Sentía el olor de los árboles, como éstos se comunicaban unos con otros, como las hojas se morían y caían a la arena, al suelo, como las aves dormitaban, y pude adivinar qué estaban soñando exactamente. Concebí como ellas también se agitaban con el frío que entraba entre sus plumas.
-Siente la luna, ámala. -me dijo mi nueva amiga.
Quería unirme a ellos, a esa gran manada, sin preocupaciones, responsabilidades. Lucharíamos juntos, contra todo aquel contaminante humano, contra todo; lucharíamos, y venceríamos.
Traté de dejar el planeta tierra, de ir más allá de las olas, a las profundidades, para hablar con los corales, para que me cuenten sus más íntimos secretos, para oír los chistes de los peces y reírme con ellos. Pero no pude. Intenté elevarme a la luna, acostarme sobre ella, que me caliente, que me transforme, que me entienda, que llore con migo, que me diga sus penas, que me hable, que ella también se acueste en mí. Pero tampoco, nada pasaba, nada sentía.
-Acércate -me dijo, y yo obedecí. Avancé hasta que una ola alcanzó mis pies, mis fríos pies. El agua estaba tibia, tranquila, serena. -Escucha lo que el agua tenga para decirte -me musitó al oído, como si fuera fácil para un principiante. Intenté que la sal escondida en el agua entre por mis poros y se me mezcle con mi sangre roja, con mi saliva y con mi sudor. Pero era inútil.
Pero ya estaba empezando a dudar sobre mi transformación: ¿Es que acaso quería seguir siendo humano? ¿Es que acaso no podía dejar mi vida humana, mis costumbres, mis hábitos, mis defectos, mi forma humana en sí? Estaba apunto de pasar a una etapa libre, sin preocupaciones, sin fallas, sin nada. Nada de nada. ¿Acaso quería eso? Sí. Sí lo quería... ¿O yo me quería convencer?
-Olvídate de tu forma humana, trata de desarmarte con el aire. -me dijo y se sumergió en el agua. El mar estaba más tranquilo que nunca, ninguna ola me azotaba mi cuerpo desnudo que estaba allí, entre las aguas. No quise olvidarme de nada. Solo quería despedirme...
...Despedirme de las cosas que pasan a diario y que todos los humanos damos por alto, y no nos damos cuenta. Extrañaría el ruido de la naturaleza, el de los bosques, el de la selva, el silencio de los desiertos y los gritos de las montañas; extrañaría el cielo, poder verlo, poder observar sus cambios todos los días, poder quererlo; extrañaría la adrenalina, estaba por convertirme en uno de los reyes del mar, no iba a sentir nunca mas la adrenalina en mi vida; extrañaría las caras humanas, los ojos, el pelo, las narices, las bocas anchas, los dientes filosos y grandes; extrañaría cuerpos, torsos, brazos, ¡Piernas!, ¡Como extrañaría las piernas!, nunca más iba a caminar, sentía que mis piernas se iban cada vez más con el agua. En fin, extrañaría la vida, sí, la vida.
-Déjalo todo -me dijo, luego de volver de las profundidades -Trata de echarlo de tu mente, porque no hay vuelta atrás.
Cerré los ojos, y me di cuenta que extrañaría el sol, el calor, el viento, la brisa. Extrañaría todo, absolutamente todo; pero entendía también que me iba a sorprender con todo lo que iba a descubrir. Estaba por entrar a un nuevo mundo, ¿Estaba dispuesto a dejarlo todo para empezar de nuevo? Tanto me costó adaptarme al mundo real. ¿Lo haría de vuelta?
¿Valía la pena desperdiciar mi vida humana para empezar un nuevo capítulo en mi vida?
-Ahora, sumérgete.
Abrí los ojos y me sumergí rápidamente. Cuando mis pelos se ahogaron, cerré los ojos instantáneamente, gracias al agua salada, y al hardor que ésta provocó cuando tocó mi iris. Estuve algunos segundos allí, sin respirar, hasta que mis pulmones se secaron por completo; estaban muriendo, al igual que yo, al igual que mis anteriores hábitos, al igual que toda mi vida. Luego de unos minutos, en los cuales divagué allí, sin razón ni tiempo, sin pensar, sin razonar, sin tiempo para arrepentirme de nada, sumergido en el agua, abrí los ojos. Vi claramente todo. Todos me saludaban, pegaban gritos, me alentaban, nadaban como locos, y me di cuenta que aquel era el ruido del mar que a los humanos tanto nos daba curiosidad: aquellos gritos, aquella vívida bienvenida.
Mi vida, mi antigua vida, quedó en la superficie, más allá del mar, en la orilla, en el bosque, quedó en cada lugar terrestre de la tierra, entre las hojas, en las nubes, en el césped, en cada pájaro, en el ulular de una lechuza. Estaría en cada lugar. Ahora tenía una nueva, una mejor. Con una sonrisa, pude mostrar mis nuevos dientes filosos, y, nadando con mi nueva cola de pez color escarlata, me fui hacia las negras profundidades, con mi nueva sociedad, mis nuevos amigos, dispuesto a ver, a sentir y a aprender a lo que tanto temía. Mi nueva vida acababa de empezar, ya no había vuelta atrás.
Me fui con mi nueva gente, los sirenos, las sirenas, que nadaban a mi alrededor.
Sireno, ahora eso era.
me encanta ortiva
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