viernes, 9 de abril de 2010

La página 79.


Las plazas en primavera eran un arrebato de gente; niños por doquier, por allí y por allá, jugueteaban unos con otros, riéndose. Esquivándolos habilidosamente, pisando la hierva verde que crecía en el suelo, caminaba, sin un rumbo muy bien definido. Necesitaba un banco, o al menos un lugar para sentarme. O fue mi propia impresión, o la primavera en sí toca las yagas de los impulsos emotivos y crea una atmósfera armoniosa, generando parejas felices, noviazgos eternos. Entre los pocos grandes árboles, estaban aquellas parejas, más allá de los gritos de los niños. Lo peor no era que las parejas demuestren su amor a los pobres, como yo, que no tienen todavía un alma gemela, si no era que, además de ocupar las grandes distancias entre un árbol y otro como si fueran una manada, también ocupaban aquellos bancos.
Tratando de no ver los besos pesados de los jóvenes a mi alrededor, ví un banco enorme, con espacio de sobra. Cuando aceleré el paso para llegar rápido, me pregunté porque aquel estaba vacío.
Cuando llegué y me senté, vi en el otro rincón un señor, común, diría, con un sombrero bastante llamativo, no por el color ni mucho menos, si no por la forma, al estilo gala. Leía un libro concentradamente y, con el mayor disimulo, traté de leer el título. Y este era: Las entrañas de los porqués. Supe que aquel era un título demasiado amplio en significado, lógico o no, y, tratando de alejarme lo más de él gracias a los prejuicios naturalmente que a los humanos nos surgen hacia algo no tan parecido a lo que uno es en sí, direccioné mis ojos para otro lugar. No desperdicié mi tiempo, la meditación era fundamental en tiempos donde los labios se besaban hasta sangrar, y donde a los abrazos no les importaba cuanto calor hacía.
Había dos cosas que me llamaban la atención de una forma abrupta: una era que no estaba cansado y por lo tanto tenía una necesidad implacable de sentarme, no importaba si en el piso, o en el banco con un viejo pétreo, necesitaba sentarme. La segunda cosa que me llamaba la atención era el señor que tenía a no menos de un metro. Ya había estado quince minutos allí y el viejo no se habia movido, ni sus ojos se movían con el ir y venir de las letras del libro, ni la poca brisa que podía atravesar los árboles le movían los pelos marrones con canas. Eso, entre otros factores adjuntos que surgen con el abrir y cerrar los ojos.
-¿Cómo está pasando su Viernes? -preguntó el viejo al aire. Aunque sabía que me hablaba a mi, no lo hacía parecer. Es que su cara no se movió ni en lo más mínimo. Sus ojos, negros como la noche sin luna, no se habían movido de la página del libro. Por cierto, me di cuenta al instante que, desde su tiempo allí, el viejo extraño no había cambiado la página, la 79.
Una escalofriante sensación recorrió mi cuerpo. No pude responderle, no por que no quería, si no que mis labios, absurdamente, estaban pegados, cosido uno con otro. Me levanté por el impulso del misterio y, dejando las ganas del descanso atrás, empecé a caminar. Pero antes de pasar la figura del viejo, él me dijo:
-Tu no tienes la culpa. Él lo quiso así.
Giré mi cabeza, y mis labios reaccionaron, aunque antes de emitir algún sonido, el viejo, nuevamente, habló por mi.
-No digas nada, no es necesario. Él no acepta críticas, podría aplastarte en lo que dura un silbido , en una fracción de segundos. No corras el riesgo, porque él sabe que en sus manos estamos todos al filo de la muerte. Él quiso que nos encontremos, claro está. Él quiere que te regale este libro -dijo, acercándome el libro, abierto en la página 79.
Con vacilo, tomé el libro con inseguridad, no muy tangible de qué se refería cuando decía Él.
-
Leelo desde el capítulo 6. ¿Para que empezar desde el principio si los libros son tan predecibles? Total, él también dicta los finales de los libros, y decide si serán aquellos felices o tristes. -me dijo el viejo, con los ojos abiertos.
La figura en sí del anticuado me daba intriga. Tenía facciones muy leves, casi no tenía gestos: su cara siempre estuvo petrificada, y, aunque se que es imposible, no lo había visto pestañear ni una vez.

Volví a mi casa lo más rápido posible, sin que me molestaran las infinitas parejas de aquí para allá.
Encendí la luz en mi habitación, y ésta, con una velocidad envidiable, echó a toda penumbra y oscuridad que por los rincones reinaban. Sin tratar de olvidarme ni de despistarme, abrí el libro en la página 79. El capitulo 6, titulado Todo está escrito , inciaba de la siguiente forma: Él supo desde los inicios de la historia lo que iba a ocurrir, con detalles y consecuencias; él sabe que, aunque nadie hable del tema, todos sabemos que el es el todo poderoso de los finales, del tiempo...
Y ahí, nadando entre todas esas palabras vacías para mi, me di cuenta que tanto el anciano como el libro nombraban a él. No sabía muy bien a que se refería específicamente, pero de algo el viejo tenía razón: sea quien sea Él, quería que el viejo y yo nos encontremos. A eso se debía esas ganas insoportables de sentarme extrañamente, a eso se debía que justo el único banco con lugar era el del viejo, a eso se debía que el viejo justo en ese momento esté leyendo el libro.
Fue todo muy justo, cada cosa encajó con su consiguiente. Así, podríamos imaginarnos la vida como un rompecabezas: cada eslavón de la cadena de la vida tenía algo escensial. Toda acción lleva a otra cosa. ¿Casualidad? No creía en esa palabra, eso no existe. Todo pasa por algo.
¡Ah! Sí...
... Él es el destino.

El polvo gobernaba los libros en la parte izquierda de mi biblioteca. Y ahí, entre los libros olvidados, puse aquél, tratando de nunca más recordarlo, ni al título ni mucho menos a la página 79. El destino, algo tan curioso y abstracto, quería que lea ese libro, quería que aquel viejo macabro me lo conseda. Pues no lo hice, y no podría decir que le gané al destino, eso es imposible. Él está siempre a un paso delante de nosotros, de eso si estaba seguro.
Yo me quedé en la página 79 eternamente, sin terminarla. Él ya iba por la 80.

3 comentarios:

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  2. pedrin siempre tabn profundo!
    me encanta como escribis y lo sabes
    tequeiro ver ; besito

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  3. Me encantó, Pe! Excelente, muy bueno (: Seguí así! Un beso, Cande (:

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